miércoles, 25 de diciembre de 2019

LOS OCÉANOS DE SILLMAREM I. EL MUNDO DE SILLMAREM. (2020)




EL UNIVERSO MARINO DE SILLMAREM



Sinopsis


Un oceánico mundo, oculto y desconocido. Fuente de mitos y enigmáticas leyendas, cuyos habitantes se guían por el respeto a toda forma de vida, un mundo que ve amenazada su existencia, por la avaricia de los hombres, un mundo que desafía los límites de la ciencia y la imaginación… 



Capítulo 


El circo



«MUCHOS CONFUNDEN LA HUMILDAD Y LA EDUCACIÓN CON LA DEBILIDAD. NECIOS QUE SE EXPONEN TARDE O TEMPRANO A LA CÓLERA DE LOS JUSTOS».


PROVERBIO HIBERION.



Un inmenso desfile tenía lugar en las avenidas de Ravalione, capital de Ákila, planeta del Imperator. Frente a su palacio–fortaleza, en perfecto orden, al son de marchas marciales, miles de soldados embutidos en sus casacas negras desfilaban rindiendo homenaje al cumpleaños del Imperator. La acorazada ciudad estaba sembrada de todo tipo de dispositivos de vigilancia y defensa. No por ello, la multitud dejaba de agolparse en las atestadas calles gritando y bailando sin parar, se repartían excelentes vinos y manjares por doquier, la gente brincaba enloquecida y despreocupada. Cientos de naves cortaban el verdoso cielo de Ravalione creando un sinfín de giros acrobáticos, secundados por humos de colores, letreros de luz y llamativos efectos visuales y sonoros. 

Dibujos láser se erguían en el horizonte representando el rostro del Imperator junto a los más diversos animales. Serpen­tinas, lazos y pétalos de flores brotaban de los balcones alfombrando de colores las cabezas y el suelo de una interminable ola de cuerpos danzantes. El grueso de las tropas lo formaban los Casacas negras, impecables con sus uniformes oscuros, las Walkirias imperiales, también ataviadas de negro, Gladiatores y las nuevas legiones de Homofel. 

Al parecer, solo aceptaban estar bajo el mando de un superior de su misma raza. Era un pequeño contratiempo que se arreglaría con las nuevas reservas de Homofel enviadas por Septem, sa­crificando las actuales en su momento. Los generales Homofel iban al frente de cada compañía inclinando su sable y cabeza ante el palco imperial.

El Imperator observaba el espectáculo desplegado a su alrededor ocultado por más de una transparente barrera de seguridad. De vez en cuando alguno de sus ayudantes de campo se aproximaba a susurrarle algo al oído. 

Un poco más abajo, a su derecha, aguardaba el Conde Alexander Von Hassler junto a su inseparable Mesala. Nada en su semblante parecía evidenciar la furia desatada en su interior por la imprevista fuga de Anastas.

Los espectadores, en sus gradas, fijaban una mirada llena de curiosidad en los Homofel, que marcaban el paso por completo impasibles a lo que les rodeaba.

Payasos, malabaristas o magos de todo tipo brincaban exhibiendo asombrosas piruetas gimnásticas, con llamativos trajes de colores, máscaras de cuentos de hadas y de animales. 

Los servicios de vigilancia del planeta estaban en estado de máxima alerta, la más mínima amenaza y el palco del Imperator se ocultaría tras los cinco círculos de la fortaleza con cien niveles de seguridad que separaban su Sacta Sactorum, su trono, del exterior, bloqueándose la totalidad de los accesos internos con las afueras de la fortaleza. Peleas de Gladiatores, carreras de ovodiscos, lucha de fieras, concursos de levita–trineos y representaciones teatrales. Ravalione bullía de frenética alegría.

Valdyn, junto a Sarah, Novak, Troya, Thoth, Han, Zore y Ethne, disfrazados de payasos, se mezclaban entre el gentío gastando todo tipo de bromas y masca­radas. Solo Sophy, ausente, les esperaba en un oculto camarote de una hidronave de Sill sumergida en uno de los profundos mares de Ákila.

Gracias a los Itsos habían logrado penetrar en el circo imperial. Salir, sería otra cuestión. Muy cerca de ellos, con elegantes uniformes militares, Navinok, Kariska y Sabaseny les seguían los pasos con gesto impasible, haciendo su ronda de guardia como un soldado imperial más. 

Poco a poco el grupo de jóvenes cadetes logró penetrar por una de las ga­lerías internas de la fortaleza imperial, seguidos por Navinok y sus compañeros. Los cadetes se separaron de toda la algarabía, de su denso grupo de payasos, cami­nando con paso vivo por sucesivos tramos de interminables pasillos. La capacidad telepática de Troya les guiaba previniéndoles de cualquier posible hostilidad.

Un par de corredores más y los Homofel se les unieron, introduciéndose en una sala de mantenimiento. 

En silencio, se desprendieron de sus pintorescos ropajes luciendo sus armaduras de caballeros de Sill, antaño usadas por los antiguos Delphinasills que no solo les permitían soportar la ingravidez del espacio, del agua, el frío o el calor sino que podían activar su dispositivo de camu­flaje que se adaptaba al entorno con facilidad.

Navinok, Kariska y Sabaseny se pusieron una lente de identificación, logrando pasar el primer nivel del primer círculo sin dificultad. Ahora solo les quedaban otros noventa y nueve niveles, repartidos en cuatro círculos, hasta alcanzar la sala del trono. Debían lograr su objetivo antes del comienzo del ataque del tercer comando liderado por Löthar Lakota y sus Xiphias, ya que si no la totalidad de accesos, portones, trampillas y demás aberturas serían herméticamente blo­queados. Los jóvenes cadetes sincronizaron sus cronómetros.

—Ahora —murmuró Valdyn.

Ya estaban dentro y disponían de cuarenta y cinco minutos para conseguir su objetivo, de lo contrario morirían todos. Valdyn rogaba por que Dhalsem Thagore les hubiese instrui­do bien. En cada esquina, esferas ópticas levitaban vigilantes. Un sentimiento claustrofóbico se les subió a la garganta. Las severas medidas de seguridad eran para volver loco a cualquiera, la tensión se hacía insoportable, solo los Homofel parecían llevarlo bien. 

Una cadena de explosiones les sobresaltó, falsa alarma, eran fuegos ar­tificiales. Los Homofel se detuvieron frente a una puerta de seguridad, Navinok inclinó un poco su frente, un haz escaneó sus retinas permitiéndoles acceder a su interior. Comenzaron a atravesar un amplio jardín con estanques repletos de orquídeas y extraños peces. 

El aire estaba saturado de olores vegetales, corrientes de agua, puentes de madera e infinidad de insectos. Aquel lugar era una maravilla. Navinok los guió a través de la vegetación, escoltando a los cadetes en retaguardia Kariska y Sabaseny, que no perdían detalle del más mínimo ruido, movimiento u olor de su alrededor. 

Esa sensación de protección no pasó inadvertida para los jóvenes. Junto a un enorme sauce llorón, rodeados de multitud de linternas, se arrodillaron y comprobaron cómo el holoplano diseñado por Elektra era exacto hasta ese instante. Navinok era consciente de que debían encontrar un camino que les brindara la oportunidad de superar todos los niveles con mayor rapidez. Debía ser una de las salidas de emergencia del Imperator, pero no tenía ni idea de cómo encontrarlas. Sabía que las cápsulas de fuga del Imperator poseían trampillas de aislamiento, de tal manera, que ante cualquier ataque se sellarían cambian­do automáticamente de ruta de escape. También cabía la posibilidad de que el Imperator se evadiese hasta el fondo del planeta o directamente al espacio exterior. Se decía que el núcleo de la fortaleza era, en realidad, una nave de fuga. Necesitaban algo que no poseían: tiempo.

—En breve, parte de la guardia interna Homofel creará una trifulca. Debe­mos aprovechar esa distracción para penetrar en el segundo círculo de protección imperial —dijo Navinok.

— ¿Tenéis elementos que os son leales en sus filas? —preguntó Sarah.

—Así es —dijo Kariska.

— ¿Y después? —preguntó Valdyn.

—Si os fijáis bien, toda la fortaleza está controlada y vigilada con increíble perfección, excepto una cosa —dijo Navinok.

— ¿El qué? —preguntaron en voz baja los cadetes.

— ¿Qué es necesario para el ser humano hacer todos los días?

— ¿Las letrinas? —preguntó Thoth.

— ¿El agua? —dijo Sarah.

— ¿Los túneles de desperdicios? —interrogó Han.

— ¿los respiraderos? —dijo Ethne.

—La comida —dijo Valdyn.

—En efecto, la comida. Los tubos de suministros van directos desde las cocinas al trono imperial —dijo Navinok.

—Debemos llegar hasta las cocinas.

—Seguidme. Primero penetraremos en los almacenes y despensas de suministros. Están repletos de dispositivos de vigilancia. Es ahí donde comenzarán a actuar Han y Zore 
—dijo Navinok.

— ¿Cómo? —preguntó Novak.

—Crearéis un cortocircuito con vuestra habilidad bioeléctrica. Será solo temporal pero más que suficiente para introducirnos en los montacargas de comida —dijo Navinok.

— ¿Y si no podemos? —preguntó Han.

—Moriremos.

— ¿Y si alguien nos bloquea el camino? —preguntó Ethne.

—Han y Zore les lanzarán una descarga eléctrica directa a su nódulo sinusal, donde se generan los latidos del corazón. Eso les hará caer —dijo Sabaseny.

— ¿No hay otra forma? —preguntó Thoth.

—Tenemos una misión que cumplir, joven guerrero —dijo Navinok.

—Debemos andar con mucho tiento, el Imperator tiene la fea costumbre de dejar sueltas por los pasillos a panteras dientes de sable —dijo Sabaseny despreocupado.

—Un molesto inconveniente —dijo Kariska.

— ¿Molesto? —dijo Sarah perpleja mirando cómo pequeños levita–robots se deslizaban con bandejas de comida de un lado a otro.




Edición con nuevo formato de los dos primeros libros de la pentalogía de Sillmarem, reunidos en un único volumen.


655 páginas


ISBN 13: 978-84-615-4395-3















No hay comentarios: