sábado, 28 de diciembre de 2019

LOS OCÉANOS DE SILLMAREM III. EL MUNDO DE CORLARIA. (2020)







Sinopsis


El paradisíaco mundo marino de Sillmarem se encuentra al borde del colapso. Sus defensores, los legendarios Delphinasills, se preparan para una desesperada resistencia a la espera del auxilio de una desconocida y mítica civilización conocida como los Corláridas. Mientras tanto, su enemigo, el señor de Ekatón, teniendo ya en su mano el trono imperial, el libro oscuro y el poderoso elixir de Vitava, finaliza los detalles para la conquista y dominio total de todas las civilizaciones conocidas, pero primero deberá sobrevivir al proceso de ingesta y transformación del codiciado elixir, el cual otorga inmensos poderes y la vida eterna...



Capítulo 

 Kurpuck



“La adicción del poder, a cualquier nivel, es una grave enfermedad de lo más destructiva, tanto para uno mismo como para los demás”.

Conde Alexander Von Hassler.

(El siempre latente peligro de la corrupción)



El Itso había logrado introducirle sin ser detectado en el mismo núcleo de la civilización Koperian, conocido como Kurpuck. Stephan Seberg, también conocido como Asey, tenía poco tiempo para lograr su objetivo, el cual no era otro que bloquear al líder de los Koperian en lo que los Corláridas denominaban un planeta–consciente. El interior de Kurpuck era básicamente un vastísimo conglomerado de estructuras y refugios ramificados cuyas paredes se podían impregnar de letales sustancias para un intruso. Su esqueleto interno conectaba y comunicaba el interior del planeta–consciente. 

Stephan se introdujo por uno de sus intrincados pasadizos en forma de red, de increíble complejidad, que se expandían en forma tubular. Sus suspensores anti–g se conectaron automáticamente produciendo un brusco tirón de su cintura, axilas y piernas, donde portaba sus cintos de sujeción. 

Parpadeó nervioso y un tanto aturdido por el frío. Nunca antes en su vida había sentido un frío como aquel. No era un frío húmedo como el de las montañas Rebelis de su amado planeta Zaley–te, preludio para una renovación de la madre natura con una nueva y sana primavera, sino un frío seco, inhóspito, que paralizaba su cuerpo e incluso sus pensamientos. 

El líder Rebelis sabía que no debía pensar, así que se limitaba a sentir y, cuanto más sentía, más se le helaba la sangre. Notaba como si su anatomía humana flotara sobre un extraño e impreciso mar muerto, carente de vida, repleto de oscuros y maléficos presagios. Entonces, inesperadamente, sucedió, golpeando su psique con difusa repercusión. Por unos segundos, una turbia sensación de pánico recorrió su espalda. Percibió lo más parecido que podía describirse a un pensamiento del líder Koperian, aunque tampoco era como él lo había imaginado. No era como escuchar una conversación ajena, más bien era como un eco lejano y sordo. 

Un eco en un lugar y entorno donde nada podía sonar. Y de nuevo aquella omnipresente y oscura gelidez. Se agitó, incómodo; sus manos temblaron descontroladas por un instante. Echó un vistazo alrededor, ataviado con cinturones anti–g; su cuerpo se desplazó lentamente estudiando cada rincón de aquel extraño sitio. Parecía como si la voluntad de la reina Corlárida le guiase hacia un lugar determinado. Se dejó conducir por aquella especie de impulso psíquico y se adentró por un ancho y oscuro pasillo cilíndrico. Su temblorosa mano, inconscientemente, se aferraba al mango de su arma Rebelis, sabedor que de nada le serviría en aquel amenazador lugar. Algo se movió a sus pies, unas palabras de advertencia irrumpieron en su pensamiento. 

<<Es un cragud. Básicamente, un caza intrusos amaestrado>>.

Letal centinela cuadrúpedo con una venenosa cresta rojiza y puntiaguda sobresaliendo a lo largo de su musculoso lomo. 

<<Obrad con cautela. Todo irá bien>>. 

El Cragud olisqueó el aire alzándose sobre sus patas traseras, su cresta aumentó de tamaño y, acto seguido, prosiguió su camino con elástico trote. Stephan tomó aire de nuevo. Pronto comprobó, con asombro y curiosidad, cómo las paredes estaban revestidas de láminas transparentes y porosas salpicadas de rojizos y minúsculos sensores y detectores. No muy lejos de él, en una amplia sala continua, innumerables orbita–señaladores se desplazaban de uno a otro lado a distintas alturas, direcciones y velocidades. Delgados tentáculos de luz detectora partían de sus lentes ópticas; incansables acechadores no cesaban de rastrear a su alrededor. El más mínimo sonido o vibración anormal estimularía las alarmas internas del lugar. 

Stephan pensó que aquel corredor se asemejaba a un dinámico sistema de seguridad en el que se atacaba a todo aquello que pudiera alterar el complejo equilibrio del funcionamiento interno del planeta–consciente, con fulminante reacción defensiva. Un sistema de protección único e increíblemente preciso y eficaz. 

Durante unos instantes, no se atrevió ni a respirar, temeroso de conectar cualquier alarma. Inesperadamente, un finísimo campo corporal de protección circundó la piel de su cuerpo, convirtiéndolo en un ser indetectable gracias a la proyección psíquica de Unumguel. Perplejo, comprendió lo que le sucedía, aunque ignoraba por completo el proceso. 

Era tanto lo que ignoraba de los Corláridas. Prosiguió camino observando unas lagunas internas con materia líquida estancada. Era un oscuro líquido alimenticio, simbiótico, del cual brotaban una clase de esponjas vitamínicas que proporcionaban un gel energético, reconstituyente para los organismos Koperian. Un rojizo resplandor parecía emanar de sus profundidades. No sabía cómo había logrado identificar la composición de las lagunas, aunque creyó que la reina Corlárida le iría suministrando la información a medida que la fuese requiriendo. 

Súbitamente, tras descender por un estrecho canal, se topó con un traslucido disco membranoso artificial. Flotaba frente a él, doblándolo en tamaño, exhibiendo una enrevesada serie de geométricos dibujos. Si detectaba a un intruso lo envolvía segregándole toxinas, asfixiándole o aumentando su temperatura corporal hasta matarle. Saturado de coloreadas franjas que mutaban de color, a la más mínima señal de peligro activaría sus inyectores de veneno.

No pareció identificar al Rebelis como una amenaza y continuó su patrulla para alivio de Stephan. A ambos lados, enormes párpados metalizados interconectados hacían las veces de accesos y salidas, plagados de receptores informativos diseminados por cada rincón. La complejidad de aquel lugar le impactó profundamente; era realmente sobrecogedor. Se acercó a uno de sus pilares y observó la peculiar textura granulosa que componía las cavidades de las paredes. Parecían activas al tacto… No, ¡vivas! ¡Estaban vivas! Su configuración estructural del interior era adaptativo y maleable, se adaptaba en densidad y forma según las necesidades del momento. Sus segmentos eran algo increíble, un magnífico logro de ingeniería estructural–molecular; capas superpuestas de forma corácea y consistencia moldeable, flexibles, capaces de endurecerse automáticamente, se distribuían a lo largo y ancho de sus curvadas bóvedas. 

Se adentró con presteza por un dinámico conjunto de anillos enlace, barreras y cinturones defensivos desplegados como un tejido orgánico que aspiraba y se impregnaba de materias externas disueltas en forma de datos, es decir, se alimentaba de información. Internamente era una inmensa lucha de control lógico, relaciones de intercambio, utilidad o protección. Stephan sabía que ni en sus más locos sueños hubiera podido imaginar la existencia de una civilización como aquella. 

Su analizador corporal escaneó lo que parecían unas lentes protectivas formadas por millones de metalobacterias. Formaban tejidos protectivos de biometal. 

Los Koperian dominaban el arte del micro universo. Estaban especializados en la creación y diseño de bacterias sintéticas y artificiales con los genes más útiles para determinadas funciones. 

<<Usan virus diseñados específicamente por sus científicos como armas defensivas y ofensivas. Semejante a un enorme sistema inmunológico>>. 

Stephan, con un sudor frío empapando cada recoveco de su cuerpo, se deslizó por lo que se le antojó un corredor vertical de comunicación, el cual conectaba con la entrada de la sala de control del gran líder Koperian. 

Delgados y amplios aros de luz blanca, formados por bacterias luminiscentes, dibujaban las paredes; internas cubiertas protectivas, saturadas con partículas segregantes de sustancias líquidas solidificables, tapizaban las paredes internas de las salas Koperian; filtros de luz bacteriológicos con infinidad de intangibles hebras que formaban parte del sistema para la transducción de señales–datos parpadeaban sin cesar. 

De nuevo, hubo un lapso de tiempo y espacio en el cual se vio sumergido por una insondable e intangible oscuridad. Retornó de nuevo el frío tétrico, sórdido e hiriente que parecía espantar cualquier emoción o sensación, acompañado de un helado y aterrador silencio que dolorosamente le recordaba su aislamiento de todo contacto y ayuda. Una desgarradora quietud de soledad y el más profundo abandono. 

La ausencia de puntos de referencia para sus sentidos casi le arrancó un terrible grito de horror. Apretó los puños, blanqueando los nudillos por el esfuerzo; su corazón latió acelerado. 

Intuyó que debía tener la piel de gallina porque, aunque no podía sentir la piel de su cuerpo, de algún modo sintió que Unumguel, la reina Corlárida, le acariciaba el brazo para calmar la angustia que invadía cada una de sus fibras. Una reconfortante sensación de calor recorrió sus miembros. Escuchó un segundo pensamiento, pero esta vez con más fuerza. 

Stephan lo repitió instintivamente, experimentando la total ausencia de su yo interior, evitando que ningún pensamiento propio cobrara forma en aquel lugar tan oscuro y silencioso como el espacio. Lentamente desaparecieron los minutos, aunque para él fueran como horas, y se fue adaptando a aquella extraña situación, tan ingrata como desagradable. Cuando fugazmente dejaba de percibir la mente del líder Koperian, Stephan se concentraba en las regulares palpitaciones de su corazón, dudando si en verdad era el suyo o no. Lo usaba como medio para evitar que la nítida imagen de su hija, Sarah, se introdujese en la mente de aquel ser del que ahora él era su parásito. 

Durante un parpadeo recordó al psicófago, el esbirro del Conde que le había torturado en el planeta Ekatón, y lo que le había hecho, parando en seco esa imagen en el instante en el que apareció un interminable y caótico torrente de información del cerebro del líder Koperian que inundó su pensamiento. Durante unos instantes, a punto estuvo de verse sumergido y arrastrado por aquel vasto río de palabras, ideas, reflexiones e información del líder Koperian, con el resto de su planeta–consciente. Un blanquecino crepitar sacudió sus ojos fugazmente. 

Stephan se percató de cómo, de una manera inexplicable, tomaba contacto con él la reina Corlárida, introduciéndole en su consciencia. Pudo distinguir hasta sus más recónditos sentimientos, comprobando que lo que más asustaba a Unumguel era verse arrastrada, absorbida y diluida por la inmensa corriente de densas y oscuras consciencias dirigidas y dominadas por la mente del líder Koperian, expandiéndose así su consciencia y perdiendo por completo el sentido de su identidad, de su yo interior, en aquel inmenso y vivo mar de psiques Koperian. 

En aquel instante, las consciencias compartidas de Unumguel–Asey pretendían soltar internamente en la mente del líder Koperian información falsa. Esta consistía en que el Conde les había suministrado un remedio para su enfermedad, que en realidad era un poderoso veneno. 

Debía ser lanzada para que fuese cotejada por el gran líder en el momento preciso. Ni antes ni después, para así distraer la atención del líder brevemente y soltar una «bomba lógica» que invadiera y colapsara sus redes de información sináptica, de tal manera que bloqueara su sistema de comunicación y ralentizara su operatividad con órdenes y contraórdenes. Querían lograr dar tiempo a los Delphinasills para entrar en el planeta Krystallus–Nova, mientras la flota Koperian que orbitaba alrededor del planeta se retiraba para averiguar la causa que provocaba la crisis en el funcionamiento de su líder. Resultaba irónico que Stephan le estuviera procurando al líder Koperian una información real, le iba a revelar el secreto del Conde sin ser consciente de ello.

Unumguel sabía, tal como le había comentado la gran Madre Itso, que la jerarquía Koperian se organizaba de tal forma que, si era eliminado el líder, pronto sería sucedido por otro Koperian cercano en el escalafón. Además, si el líder era atacado, se defendería. Por esto, la mejor opción era bloquearle temporalmente y así lograr la retirada de su flota consiguiendo, finalmente, vía libre para que los Delphinasills se introdujesen en Krystallus–Nova y neutralizasen al Conde Alexander Von Hassler de una vez por todas.

Stephan comprendió que lo que hacía tan peligroso a los Koperian era su asombrosa capacidad de adaptación a las condiciones más hostiles y extremas para la supervivencia en cualquier ambiente, gracias a sus bioarmaduras. Una revelación que podría serle muy útil en el futuro. Eran capaces de reproducir los efectos de la naturaleza en un entorno artificial, de una forma acelerada.

<<En la forma de pensamiento Koperian, todo se transforma, todo es útil, todo se puede aprovechar si se encuentra el modo apropiado. Para ellos, la naturaleza es un sinfín de variadas formas aprovechables de energía>>. 

Los Koperian sobrevivían. Necesitaban nuevos ecosistemas para poder reproducirse y seguir expandiéndose. Poseían un feroz instinto de supervivencia, capaces de adaptarse a los lugares más hostiles. 

<<El miedo es un inapreciable instrumento para controlar y manipular los impulsos, movimientos y decisiones de un pueblo, y los Koperian lo saben>>. 

La información que le proporcionaba Unumguel le produjo una profunda desazón en el ánimo.

Tras unos instantes, Stephan vio cómo Unumguel proyectaba un luminoso chorro de datos, volcándolos sobre la mente del líder Koperian, tras contactar con su cerebro a través de uno de sus canales de información. El gran líder se hallaba sentado en lo que parecía un gran puesto de mando, del cual brotaban, cual gigantescas raíces, una tremenda cantidad de canales tubulares de información que se deslizaban por el suelo y se sumergían en las paredes. Su cabeza estaba erizada de un sinfín de haces y serpientes de luz de diferentes colores e intensidad, entrelazados y entrecruzados. Se encontraban en el centro neural de la civilización Koperian, su misma raíz y punto de origen. La piel del cuerpo del líder Koperian se asemejaba a un dermatoesqueleto de acristaladas placas triangulares, las cuales eran capaces de almacenar enormes cantidades de información. Tanto las manos como el rostro del líder estaban enfundados en caperuzas que permitían optimizar la recepción y emisión de datos. 

<<Ya está hecho>>. 

Su cascada de datos estaba empezando a saturar las líneas de comunicación del líder Koperian.

<<Debemos partir ya, Asey>>.

Stephan percibió aterrorizado cómo algunos discos membranosos se abalanzaban sobre él, comenzando a envolverle. ¡Me han detectado! 

La bomba lógica ya había sido soltada. Stephan sintió cómo el Itso proyectaba sobre su cuerpo un esférico campo luminoso, envolviéndole y sumergiéndole en una corriente de teletransportación de retorno a Sillmarem.

Un, para lo que Stephan fue, impreciso tiempo después, el viejo guerrero Shinday se vio de rodillas, tembloroso y con la mente aún nublada. 

Trozos desordenados de pensamientos recorrían su consciencia incontroladamente. Bacterias, usan microbios para fortalecer las plantas como fertilizantes naturales. También beravs: bacterias diseñadas y genéticamente manipuladas que actúan como anticontaminantes químicos. Resistentes a grandes dosis de radiación, capaces de degradar compuestos muy tóxicos, atacando residuos radiactivos y con la propiedad de resistir grandes dosis de radiación. Reparan su ADN arreglando los fragmentos rotos, usando los que quedan intactos…

En aquel incoherente torrente de información, encontró lo que trataba recordar e identificar: el origen del terror a aquella raza. Supo que los Koperian representaban una amenaza mucho mayor que cualquier otra cosa conocida por él. Una claustrofóbica sensación le oprimió el pecho, el horror estuvo a punto de anular sus facultades mentales. La civilización Koperian estaba constituida por legiones, millones de miembros, los cuales, como una plaga, podían expandirse sin nada que pudiera detenerles. La enormidad de sus dimensiones y los recursos necesarios para el mantenimiento de dicho pueblo sobrepasaron la comprensión de Stephan durante unos segundos. La agonía de la terrible lógica que gobernaba sus actos le paralizó. 

Notó una cálida suavidad en los dedos. Unas inconfundibles manos se deslizaron entre las suyas, transmitiéndole el calor y la fuerza que tanto necesitaba. Alzó la mirada, encontrándose con las profundas y hermosas pupilas de la reina Corlárida. 

—Ahora, ambos compartimos el mismo temor, mi Dama 
—susurró Stephan sintiendo cómo una blanquecina ola de luz inundaba su consciencia, invitándole a abandonarse a un sereno y pacifico sueño, protegiéndole de aquella esperpéntica locura que amenazaba con dañar su cordura para siempre.




Edición con nuevo formato del quinto libro de la pentalogía de Sillmarem, reunido en un único volumen.


ISBN 13: 978-84-615-4375-5


















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