viernes, 8 de noviembre de 2019

"RASTROS". (EXTRACTO DE:"LA GEMA DE CORLAY").




"RASTROS"


EXTRACTO DEL LIBRO: LA GEMA DE CORLAY.



Capítulo 1. Rastros 



“¿Por qué hacemos que sea tan difícil lograr las cosas más sencillas: la paz, el equilibrio, la felicidad o el amor?” 

Unumgel.


Una Neuroesfera de luz levitó sobre la palma de su mano, señalándole las distintas rutas a seguir para cumplir su misión. Su hermano de raza, conocido como Inaz, había solicitado su ayuda. Garlaz abrió la palma de su mano acercándola al suelo, un resplandor circundó sus dedos comenzando a analizar la composición química, biológica y molecular de la superficie, buscando rastros o alguna pista útil de ADN, feromona, olor o sabor familiar. Rastreaba así, la posible presencia de Inaz o algún enemigo de la raza Koperian. 

El rastro de Inaz de momento era negativo, lo cual le inquietó profundamente, pese a ser un enorme y formidable guerrero de la raza Corlárida, un digno vástago de su pueblo. Prosiguió camino adentrándose por un sendero enmarcado por puntiagudos y altos arcos de cristal que lo conducía a uno de los muchos e insólitos reductos Corláridas que se repartían a lo largo y ancho del planeta conocido como Corlaria, el mundo del sol azul. 

Unos cuantos metros más adelante encontró claros restos de sangre, sangre animal. Siguió tras el rastro y se topó con lo que le pareció una absurda carnicería animal, Garlaz se encontró con una de aquellas criaturas malheridas. “Aún puedo salvarla”, pensó esperanzado. El animal gemía de dolor. Garlaz se acercó con cautela, con movimientos lentos, suaves y precisos.

Luego de estudiar la gravedad de las heridas, juntó ambas manos y con un suave resplandor comenzó a reconstruir tejidos y vasos sanguíneos dañados, sólo el ancestral conocimiento y sabiduría respecto al control molecular orgánico de un ser vivo a nivel microscópico, ubicado en la gema-mente de su frente, podía conferirle tal capacidad. 

En pocos segundos el torrente sanguíneo del animal volvió a circular libre de infecciones, pronto aquella criatura herbívora se alzó y tímidamente, en un principio, le acarició agradecida, acercando el hocico a su mano. Algo parecido a una sonrisa se dibujo en sus labios. En cuestión de un parpadeo de ojos, su expresión se cambió y puso en alerta sus sentidos. Volvió a estudiar los alrededores.

Había sucedido una lucha violenta, las quemaduras del suelo le indicaron la incineración de dos grandes cuerpos, era un dispositivo de seguridad típico de los guerreros Koperian para no dejar ningún rastro de su ADN una vez fallecidos. La violencia había pillado desprevenidas a las criaturas herbívoras y a… alguien más. Bruscamente su enorme cuerpo se alzó y siguió el inconfundible rastro de rosada sangre de un Corlárida. La capacidad sensorial de las palmas de sus manos la identificaron como la sangre de su amigo Inaz. Avanzó unos cuantos pasos más arrastrado por una dolorosa sensación de urgencia. 

Descendió como pudo por un pequeño precipicio, saltando de roca a roca hasta que a lo lejos, al fondo del barranco, pudo identificar el maltrecho cuerpo de su hermano de raza. Cuando llegó a su lado comprobó cómo en su agonía aún permanecía consciente, aunque le quedaban escasos momentos de vida. Garlaz no perdió tiempo. 

De la gema-mente de su frente partió un haz de luz multicolor hasta la gema-mente de su moribundo amigo, para absorber las experiencias, conocimientos y saber almacenados en su interior y no perderse en el frío y oscuro silencio del olvido.

Acto seguido, mirando más allá del dolor interior por la pérdida de su amigo, alzó la mano y envió un mensaje al Cognitok (Guía-Corlárida) más cercano, para que a su vez contactase con la gran reina Corlárida con la información que había logrado recuperar de la gema-mente del ya fallecido Inaz. No le cabía la menor duda sobre la naturaleza del contenido de su mensaje: “Son ellos”. Ahora sólo necesitaba saber qué haría su señora al saber su contenido. No muy lejos de aquel lugar, la reina Corlárida permanecía sentada frente a un ilbrenar, un telar de luz. Una delicada melodía brotó de sus labios cuando su mano derecha tomaba con habilidad un dorado y luminoso taguj, un pincel-aguja, comenzando a enhebrar finos filamentos con entonaciones que comenzaban con el magenta, extendiéndose como ondas geométricas en amarillentos colores, para terminar formando hermosos entrelazados de series alineadas con antiquísimos símbolos Corláridas. 

Símbolos con una etimología profundamente espiritual y que se nutrían del estado de ánimo del tejedor para, al finalizar su lámina pictórica, ofrecer una solución a su angustia interior. Aquel místico pliegue luminoso estaba basado en el profundo conocimiento que poseían de la luz, sus propiedades y aplicaciones. Lo denominaban arnarez, el arte de la luz, y poseía una utilización mucho más práctica de lo que podía parecer en un principio. Unumguel, como tantas otras veces, cerró sus párpados, dejándose guiar por su luz interior. Un nuevo pliegue de brillantes hilos irradió una oleada de alineados signos, formando una luminosa membrana que se contorsionaba y pugnaba por adquirir una forma y significado propio, como si tratara de sondear en lo más profundo de la psique de su creadora. 

Al final, con una apaciguadora claridad, Unumguel abrió con lentitud sus ojos, observando con profunda concentración el resultado final de su obra de tapiz. 

Tradujo el significado de los símbolos enhebrados por sus manos: 

<<Cada ser posee la capacidad innata de hilar con sus actos el tejido del cual está formada su existencia>>. Unumguel dejó caer el taguj permaneciendo sumida en profundas reflexiones. Su primer ayudante pidió la venia para acercarse tras asomarse por el marco de la puerta. No necesitaron pronunciar palabra, alguien reclamaba su presencia. Unumgel asintió en silencio y le siguió.

























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