martes, 15 de octubre de 2019

EL PRECIO DEL PROGRESO (EXTRACTO DE: "EL VIAJE DE LEYNDER").





EL PRECIO DEL PROGRESO


EXTRACTO DEL LIBRO: EL VIAJE DE LEYNDER.




Durante siglos mucho se ha hablado y escrito de lo que es capaz de hacer el hombre. Especulando dónde se hallarán sus límites, sobre el umbral de su realidad y la capacidad de su lógica para descifrarla, manipularla y, por último, dominarla para su propio beneficio. Ignorando deliberadamente, o no, el posible precio a pagar por sus consecuencias. En ocasiones la realidad puede superar la peor de las ficciones. Ojalá que no tengamos que averiguarlo nunca… 




Un gesto para cambiar la vida natural.

Un gesto para modificar la realidad.

Un gesto para transformar el universo para siempre.





“Mirad, mirad más allá de vosotros mismos a las estrellas. Porque, os está esperando un universo de eterna belleza, para que lo descubráis, respetéis y améis sin límites”.


Leynder Kav



          Los disparos de los escuadrones de Ciberdrem junto a los desgarradores alaridos de sus víctimas golpeaban sus tímpanos con despiadada insistencia, aquella imparable crueldad emponzoñaba con ciega destrucción la serena belleza de aquel remoto orbe. Una milenaria y verdeante profusión de exóticas formas vegetales cubría su superficie planetaria siendo contemplada con fijeza por sus retinas artificiales, por última vez.  Había sido un mundo hermoso y virgen aún no destrozado por la mano del hombre civilizado, hasta ese momento. La  sargento Leynder Kav inclinó la cabeza comprobando cómo, en las claras orillas del río, amplias manchas escarlata de sangre humana teñían las hojas de su ramaje al inclinarse y empaparse con la nueva savia de la muerte.

        Sus rodillas se sumergieron en el agua, adentrándose por una espesa barrera de juncos que oscilaron a su paso, para después salir a un chamuscado cañaveral repleto de picajosos mosquitos.

Aquel planeta  Inkivis, era considerado oficialmente como un OMSS (Orbe ubicado más allá del Sistema Solar).  

La Tierra era un planeta superpoblado y  contaminado. Por éste y otros motivos, jóvenes colonos habían recorrido un largo viaje para asentarse en aquel prometedor lugar y construirse con su trabajo y esfuerzo un nuevo futuro.

En cierto modo lo habían logrado, durante diez años habían creado una próspera y pacífica comunidad local, sobre la cual habían solicitado el reconocimiento oficial como planeta independiente al Consejo de la Alianza Colonial. Legalmente el planeta les pertenecía, los títulos de propiedad así lo establecían.

Todo fue como la seda, la resolución para su autonomía gobernativa había estado cerca hasta que sucedió algo inesperado.

Un grupo de exploradores de la corporación Ciberdrem,  había estudiado y localizado ilegalmente (es decir sin el permiso de sus propietarios: Los colonos) muestras de un mineral conocido como Tirnatanio, el cual se pagaba en la Alianza Colonial a diez millones de créditos el kilo, era muy escaso y en aquellos instantes era una pieza clave para el funcionamiento tecnológico de los sistemas de navegación de las naves interplanetarias del momento.

Ciberdrem, consciente del descomunal beneficio que le otorgaría el monopolio de aquel filón, trató de comprar los derechos de explotación e incluso el planeta a los colonos locales, sus legítimos dueños, pero para su sorpresa éstos se negaron en redondo, no eran presa de la avaricia, solo querían un mundo en el cual vivir tranquilos.

Ciberdrem trató de negociar, presionarlos, chantajearlos, amenazarlos, pero todo fue inútil.

Los problemas para los lugareños comenzaron cuando extrañamente la resolución para reconocer su independencia y autonomía legal comenzaba a retrasarse.

Esto oportunamente provocó un vacío legal que fue aprovechado por la corporación de Ciberdrem para actuar como todos los imperios macroeconómicos o políticos de la historia habían hecho: sin escrúpulos. Ciberdrem usó sus mejores herramientas: la estafa, el engaño, la explotación, la violencia y, por último, el asesinato. La cantinela de siempre: el abuso de los más fuertes sobre los más débiles.

Aunque, una vez más, los colonos volvieron a sorprender a la corporación rebelándose y, contra todo pronóstico, plantándoles cara. Se resistieron y contrataron un grupo de defensa dirigido por dos expertos militares, el Capitán Ditan Tanau y la sargenta Leynder Kav; ambos habían actuado como grupo de rescate e incluso como mercenarios en misiones de pacificación, aunque no eran asesinos, cualidad cada vez más escasa en su oficio.

En un principio el grupo de defensa logró rechazar los ataques de castigo e intimidación de los asesinos profesionales de la corporación, con la esperanza de que la resolución llegase pronto y obtener así la protección de la Alianza Colonial.

Todo se vino abajo cuando la corporación decidió usar los pesos pesados de su sección militar, los famosos escuadrones blindados de asalto de Ciberdrem.

Literalmente les aplastaron, Ditan Tanau trató de rechazarlos mientras Leynder acompañaba al resto de colonos supervivientes a naves de transportes interplanetarias, previamente equipadas con alimentos y agua para poder encontrar algún otro lugar en el que poder vivir en paz, lejos del poder de las corporaciones planetarias.

 Las probabilidades eran escasas, pero quedarse allí era morir absurdamente para nada. Este era el verdadero precio del progreso: la muerte y la explotación de los más débiles. En aquellos instantes Leynder buscaba a su Capitán y amante Ditan Tanau, su biolocalizador le indicaba que éste se hallaba muy cerca con sus constantes vitales intactas, pero su intercom de pulsera no daba señales de estar operativo. Súbitamente varias señales parpadearon alrededor de la señal localizada del Capitán, alguien le había encontrado primero. Leynder cargó su fusil de asalto y avanzó todo lo rápido que pudo consciente de que aquellos segundos serían cruciales para la supervivencia de ambos. 

Por otra parte, el Capitán Tanau, casi  al final de un anaranjado atardecer a sus espaldas que nada tenía de pacifico, comprobó cómo un viento que soplaba frío y cortante le hacía sentir que se le helaban los dedos de las extremidades. Ditan estudió el relieve de aquel territorio y contempló por un momento los picos nevados de sus cumbres, no le extrañaba nada que los satélites confiscados por las tropas de Ciberdrem le siguieran registrando palmo a palmo el terreno, si no le daban por muerto los cazadores estarían cerca de su rastro.

Se preguntaba dónde demonios estaría Leynder Kav, ya que estaba cerca del punto de encuentro que ambos habían prefijado con sus hombres.

Ditan Tanau era un combatiente experto, pero la distracción que tuvo era de las que se solían pagar con la vida, fue solo un segundo pero más que suficiente para activar la trampa a sus pies.

Ditan esquivó la primera Aracnored-trampa surgida de la oscuridad, una segunda red a punto estuvo de atraparle el pie derecho, la tercera le hizo tropezar y la cuarta y quinta lo envolvieron como una araña envuelve en su tela a su presa. Cuanto más se movía, más se apretaban las flexibles ligaduras de las redes metálicas. Sintió cómo un golpe seco le hacía morder el polvo con violencia, apenas pudo girar el cuello atisbando de refilón la musculosa figura de un mercenario de Ciberdrem ataviado con una armadura de asalto y una máscara opaca que ocultaba su rostro, otorgándole un aspecto siniestro.

—Vaya, vaya, ¿pero qué tenemos aquí? Si es un Cibornatico, extraño pero interesante —siseó con odio el mercenario.

Ditan en vano agitaba con frenesí sus dedos, su cerebro se esforzaba por evaluar la situación buscando una salida. Un círculo de figuras surgió a su alrededor, debían ser una partida de caza, alguien le soltó un puntapié provocando las risotadas de sus compañeros.

—Tu nombre y graduación, ¿para quién sirves?
—inquirió una voz enérgica.

La boca metálica de un arma presionó su sien. Un escalofrío recorrió su cuerpo, debe ser un oficial, pensó Ditan angustiado. Lo habían atrapado como a un vulgar novato, era tarde para lamentaciones, se divertirían con él torturándolo para después incinerarle. No podía morir, ahora no, así no.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó el mercenario.

— ¡Habla! —insistió otro con la voz deformada por su máscara de protección, su mano derecha desenfundó con premeditada lentitud un largo puñal de campaña.

 — ¡Contesta! —de nuevo aquella voz autoritaria.

Algunos Ciberfelinoides, apenas sujetados por sus amos, le lanzaron dentelladas, mordiendo el aire por escasos centímetros.

 — ¿Dónde están el resto de tus hombres? ¡Habla! ¿Cuántos sois? ¿De dónde venís?

—Maldito bastardo, ¡habla!

        Los Ciberfelinoides comenzaron a rugir a su alrededor con frenesí, sus ojos adquirieron un brillante color rojizo como señal de inminente ataque.


































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