EL PRECIO DEL PROGRESO
EXTRACTO DEL LIBRO: EL VIAJE DE LEYNDER.
Durante siglos mucho se ha hablado y escrito de lo que es capaz de hacer el hombre. Especulando dónde se hallarán sus límites, sobre el umbral de su realidad y la capacidad de su lógica para descifrarla, manipularla y, por último, dominarla para su propio beneficio. Ignorando deliberadamente, o no, el posible precio a pagar por sus consecuencias. En ocasiones la realidad puede superar la peor de las ficciones. Ojalá que no tengamos que averiguarlo nunca…
Un gesto para cambiar la vida natural.
Un gesto para modificar la realidad.
Un gesto para transformar el universo para siempre.
“Mirad, mirad más allá de vosotros mismos a las estrellas. Porque, os está esperando un universo de eterna belleza, para que lo descubráis, respetéis y améis sin límites”.
Leynder Kav
Los disparos de los escuadrones de Ciberdrem junto a los desgarradores
alaridos de sus víctimas golpeaban sus tímpanos con despiadada insistencia,
aquella imparable crueldad emponzoñaba con ciega destrucción la serena belleza
de aquel remoto orbe. Una milenaria y verdeante profusión de exóticas formas
vegetales cubría su superficie planetaria siendo contemplada con fijeza por sus
retinas artificiales, por última vez.
Había sido un mundo hermoso y virgen aún no destrozado por la mano del
hombre civilizado, hasta ese momento. La
sargento Leynder Kav inclinó la cabeza comprobando cómo, en las claras
orillas del río, amplias manchas escarlata de sangre humana teñían las hojas de
su ramaje al inclinarse y empaparse con la nueva savia de la muerte.
Sus
rodillas se sumergieron en el agua, adentrándose por una espesa barrera de
juncos que oscilaron a su paso, para después salir a un chamuscado cañaveral
repleto de picajosos mosquitos.
Aquel planeta Inkivis, era considerado oficialmente como un
OMSS (Orbe ubicado más allá del Sistema Solar).
La Tierra era un planeta superpoblado y contaminado. Por éste y otros motivos, jóvenes colonos habían recorrido un largo viaje para asentarse en aquel prometedor lugar y construirse con su trabajo y esfuerzo un nuevo futuro.
La Tierra era un planeta superpoblado y contaminado. Por éste y otros motivos, jóvenes colonos habían recorrido un largo viaje para asentarse en aquel prometedor lugar y construirse con su trabajo y esfuerzo un nuevo futuro.
En cierto modo lo habían
logrado, durante diez años habían creado una próspera y pacífica comunidad
local, sobre la cual habían solicitado el reconocimiento oficial como planeta
independiente al Consejo de la Alianza Colonial. Legalmente el planeta les
pertenecía, los títulos de propiedad así lo establecían.
Todo fue como la seda, la resolución para su autonomía gobernativa había estado cerca hasta que sucedió algo inesperado.
Un grupo de exploradores
de la corporación Ciberdrem, había
estudiado y localizado ilegalmente (es decir sin el permiso de sus
propietarios: Los colonos) muestras de un mineral conocido como Tirnatanio, el
cual se pagaba en la Alianza Colonial a diez millones de créditos el kilo, era
muy escaso y en aquellos instantes era una pieza clave para el funcionamiento
tecnológico de los sistemas de navegación de las naves interplanetarias del
momento.
Ciberdrem, consciente del
descomunal beneficio que le otorgaría el monopolio de aquel filón, trató de
comprar los derechos de explotación e incluso el planeta a los colonos locales,
sus legítimos dueños, pero para su sorpresa éstos se negaron en redondo, no
eran presa de la avaricia, solo querían un mundo en el cual vivir tranquilos.
Ciberdrem trató de
negociar, presionarlos, chantajearlos, amenazarlos, pero todo fue inútil.
Los problemas para los
lugareños comenzaron cuando extrañamente la resolución para reconocer su
independencia y autonomía legal comenzaba a retrasarse.
Esto oportunamente
provocó un vacío legal que fue aprovechado por la corporación de Ciberdrem para
actuar como todos los imperios macroeconómicos o políticos de la historia
habían hecho: sin escrúpulos. Ciberdrem usó sus mejores herramientas: la
estafa, el engaño, la explotación, la violencia y, por último, el asesinato. La
cantinela de siempre: el abuso de los más fuertes sobre los más débiles.
Aunque, una vez más, los
colonos volvieron a sorprender a la corporación rebelándose y, contra todo
pronóstico, plantándoles cara. Se resistieron y contrataron un grupo de defensa
dirigido por dos expertos militares, el Capitán Ditan Tanau y la sargenta
Leynder Kav; ambos habían actuado como grupo de rescate e incluso como
mercenarios en misiones de pacificación, aunque no eran asesinos, cualidad cada
vez más escasa en su oficio.
En un principio el grupo
de defensa logró rechazar los ataques de castigo e intimidación de los asesinos
profesionales de la corporación, con la esperanza de que la resolución llegase
pronto y obtener así la protección de la Alianza Colonial.
Todo se vino abajo cuando
la corporación decidió usar los pesos pesados de su sección militar, los
famosos escuadrones blindados de asalto de Ciberdrem.
Literalmente les
aplastaron, Ditan Tanau trató de rechazarlos mientras Leynder acompañaba al
resto de colonos supervivientes a naves de transportes interplanetarias,
previamente equipadas con alimentos y agua para poder encontrar algún otro
lugar en el que poder vivir en paz, lejos del poder de las corporaciones
planetarias.
Las probabilidades eran escasas, pero quedarse
allí era morir absurdamente para nada. Este era el verdadero precio del
progreso: la muerte y la explotación de los más débiles. En aquellos instantes
Leynder buscaba a su Capitán y amante Ditan Tanau, su biolocalizador le
indicaba que éste se hallaba muy cerca con sus constantes vitales intactas,
pero su intercom de pulsera no daba señales de estar operativo. Súbitamente
varias señales parpadearon alrededor de la señal localizada del Capitán,
alguien le había encontrado primero. Leynder cargó su fusil de asalto y avanzó
todo lo rápido que pudo consciente de que aquellos segundos serían cruciales
para la supervivencia de ambos.
Por otra parte, el Capitán Tanau, casi al final de un anaranjado atardecer a sus
espaldas que nada tenía de pacifico, comprobó cómo un viento que soplaba frío y
cortante le hacía sentir que se le helaban los dedos de las extremidades. Ditan
estudió el relieve de aquel territorio y contempló por un momento los picos nevados
de sus cumbres, no le extrañaba nada que los satélites confiscados por las
tropas de Ciberdrem le siguieran registrando palmo a palmo el terreno, si no le
daban por muerto los cazadores estarían cerca de su rastro.
Se preguntaba dónde
demonios estaría Leynder Kav, ya que estaba cerca del punto de encuentro que
ambos habían prefijado con sus hombres.
Ditan Tanau era un
combatiente experto, pero la distracción que tuvo era de las que se solían
pagar con la vida, fue solo un segundo pero más que suficiente para activar la
trampa a sus pies.
Ditan esquivó la primera
Aracnored-trampa surgida de la oscuridad, una segunda red a punto estuvo de
atraparle el pie derecho, la tercera le hizo tropezar y la cuarta y quinta lo
envolvieron como una araña envuelve en su tela a su presa. Cuanto más se movía,
más se apretaban las flexibles ligaduras de las redes metálicas. Sintió cómo un golpe seco le hacía morder el
polvo con violencia, apenas pudo girar el cuello atisbando de refilón la
musculosa figura de un mercenario de Ciberdrem ataviado con una armadura de
asalto y una máscara opaca que ocultaba su rostro, otorgándole un aspecto
siniestro.
—Vaya, vaya, ¿pero qué
tenemos aquí? Si es un Cibornatico, extraño pero interesante —siseó con odio el
mercenario.
Ditan en vano agitaba con
frenesí sus dedos, su cerebro se esforzaba por evaluar la situación buscando
una salida. Un círculo de figuras surgió a su alrededor, debían ser una partida
de caza, alguien le soltó un puntapié provocando las risotadas de sus
compañeros.
—Tu nombre y graduación,
¿para quién sirves?
—inquirió una voz
enérgica.
La boca metálica de un
arma presionó su sien. Un escalofrío recorrió su cuerpo, debe ser un oficial, pensó Ditan angustiado. Lo habían atrapado
como a un vulgar novato, era tarde para lamentaciones, se divertirían con él
torturándolo para después incinerarle. No podía morir, ahora no, así no.
— ¿Qué haces aquí?
—preguntó el mercenario.
— ¡Habla! —insistió otro
con la voz deformada por su máscara de protección, su mano derecha desenfundó
con premeditada lentitud un largo puñal de campaña.
— ¡Contesta! —de nuevo aquella voz
autoritaria.
Algunos Ciberfelinoides,
apenas sujetados por sus amos, le lanzaron dentelladas, mordiendo el aire por
escasos centímetros.
— ¿Dónde están el resto de tus hombres?
¡Habla! ¿Cuántos sois? ¿De dónde venís?
—Maldito bastardo,
¡habla!
Los Ciberfelinoides comenzaron a rugir a
su alrededor con frenesí, sus ojos adquirieron un brillante color rojizo como
señal de inminente ataque.
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