domingo, 20 de octubre de 2019

RAVALIONE (2019)








DESCRIPCIÓN





         En pleno corazón del Imperio, un enigmático aristócrata forja un oscuro plan para dominar a toda la raza humana...





La Walkiria 



En la ciudad de Thanos capital del planeta Ekatón, el Conde salió por una puerta a un pasillo de mármol blanco y azul, en cuyas paredes colgaban antiguas armas y cabezas de piezas cazadas por él mismo. Todo un entramado de corredores partía del mismo a su derecha e iz­quierda. Giró por un pasillo repleto de estandartes y tapices que representaban escenas mitológicas de la antigüedad. Finalmente penetró en una sala en la que había un gran piano. Se sentó y comenzó a tocar una estrofa de la Rapsodia Húngara núme­ro dos de Franz Liszt. Con los ojos cerrados, las notas brotaban del afinado piano hasta que a sus espaldas se presentó, con un taconazo, una Walkiria imperial. 

El Conde prosiguió tocando durante unos segundos más, se detuvo pensativo, puso ambas manos sobre sus muslos, se giró y alzó la barbilla. Se levantó y la observó de hito en hito, paseó a su alrededor estudiándola severamente y volviendo a sentarse jugueteó distraídamente con las teclas del piano. Estudió con curiosidad a la oficial que se erguía orgullosa ante sí. 

Alta, atlética, rostro de finos rasgos enmarcando dos lentes artificiales azules que ocultaban sus iris rojos modificados genéticamente. Militarmente se había comprobado que podían golpear la psique del enemigo provocándole un gran terror y pánico. 

La Walkiria sabía que el Conde era un auténtico melómano, un consu­mado erudito de la música de los muy antiguos, de la época paleoespacial para ser exactos. La guerrera permanecía inmóvil. Sus ojos parecían dos diminutos icebergs. Según sus informes, era un elemento hábil, de amplios recursos, perfecta para llevar a cabo la delicada misión que se le había encomendado, un trabajo de primera magnitud. Sus Walkirias poseían un riguroso código entre sus hermanas. Una faná­tica lealtad y obediencia que lo eran todo y donde la traición se pagaba con un cruento castigo. A la condenada, una vez decapitada, se le abría el abdomen y se introducía la cabeza dentro. Encantadoras, pensó el Conde. Este fue el primero en romper el silencio: 

—Comandante, ¿os ha confiado ya Mesala las instrucciones con los por­menores de vuestra misión? 

—Sí, mi Señor —contestó la Walkiria con voz formal, la mirada al frente, el pecho alto, su respiración lenta y completamente firme. El Conde hizo un gesto a la Walkiria. Esta descansó separando ambas piernas y cruzando las manos tras la cintura. 

— ¿Y bien? 

—Todo está preparado y dispuesto, mi Señor. Únicamente falta vuestra aprobación, Sire. 

El Conde volvió a estudiar el aspecto de aquella musculosa oficial, desnudándola con la mirada de arriba a abajo. Botas de caña alta, un sofisti­cado uniforme negro, casaca con doble abotonadura de oro. 

En su hombrera derecha portaba una boina negra que, al igual que sus mangas, lucía el plateado símbolo de las Walkirias imperiales, una guerrera montada sobre un caballo alado. 

En su pecho izquierdo lucía una tarántula con un reloj de arena dibujado sobre su espalda. Apoyando la mano en la barbilla, el Conde súbitamente preguntó: 

— ¿Nombre y graduación? 

La Walkiria se envaró. 

—Número 444Z82X415. Comandante en jefe de los Comandos Escorpiones, Valentina Yekaterina Naína Iósifovna, responsable de los comandos especiales de las Walkirias imperiales, mi Señor. 

— ¿Tu nombre de guerra? 

—Wotan. 

— ¿De cuántos elementos dispones, Comandante? 

—Quince, mi Señor. Todos de máximo nivel. 

— ¿Cuál es tu objetivo secundario? —preguntó el Conde lanzando una penetrante mirada a la Walkiria y asegurándose de lo certero de su elección. 

—Capturar viva o muerta a la primogénita del Archiduque de Portierland, Rebecca Svetlana Avalon Portier Sillmarem, prima del Príncipe heredero al trono del delfín. 

—Tu objetivo primario, defínemelo. 

—Capturar vivo a Valdyn Alekssandros Atlanen Sillmarem, heredero de Marelisth, futuro Príncipe de Sillmarem y Señor de los mundos de Sill. 

—Bien, bien. Solo responderéis ante Mesala y ante mí. ¿Os queda claro Comandante? 

—Sí, mi Señor. 

—El General en jefe de los Casacas negras no debe saber absolutamente nada sobre vuestra misión y sus pormenores 
—señaló el Conde— ¿Entendido? 

—Sí, mi Señor. 

— ¿Vuestro servicio de espionaje? 

—Mis agentes llevan casi tres años preparando esta operación. Todo está perfectamente sincronizado, mi Señor. 

—Mesala me informó de que vos fuisteis la que terminó el trabajo con el Archiduque de Portierland. 

—En efecto, mi Señor —respondió la Walkiria mientras una oleada de orgullo coloreó su rostro. 

—Yo nunca dejo de recompensar un trabajo bien hecho. 

El Conde sacó de un bolsillo interior de su casaca, un pequeño saco de seda lleno de piedras preciosas y se lo lanzó a la Walkiria. 

—Buen trabajo. Esto es para ti y tus hermanas. Cuando vuelvas, habrá más, mucho más. 

La Walkiria se inclinó con una profunda reverencia. El escorpión dorado que pendía en su pecho destelló con fuerza al recibir de lleno la luz de un candelabro de cristal situado a la derecha del Conde. 

—Tenéis un prometedor futuro. Aprovechadlo. Partiréis hoy mismo. Espero que no me decepcionéis, comandante Iósifovna —dijo el Conde con un tono de voz que se tornó frío. 

—Mi Señor, os traeré sus cabezas o moriré en el empeño. Os lo juro. 

—Irás directamente en una nave–parna a Thenae. Si surge alguna com­plicación, Mesala te brindará su ayuda. Y recuerda, nadie debe conocer vuestra identidad, ni la de vuestras hermanas. 

—No, mi Señor. 

—Podéis retiraros, Comandante. 

—Mi vida es vuestra, mi Señor. 

La Walkiria imperial se arrodilló e inclinó la cabeza mientras se llevaba la mano al pecho. Acto seguido se irguió, dio un fuerte taconazo, giró sobre sí misma y salió con paso seguro de la habitación. El Conde permaneció inmóvil, hundido en profundas reflexiones, cuando los pasos de la Walkiria se perdieron en la oscuridad, se levantó sonriente. Puede que yo también llegue a ser Imperator, pensó con regocijo. 

Abrió una puerta a su derecha, oculta tras un biombo, y atravesó un es­trecho corredor sintiendo cómo al final del mismo, alguien estaba tañendo un samisén con maestría. Desembocó en un discreto recinto de mármol adornado con flores de cerezo y crisantemos de cerámica. Apartó con su mano dos cortinas de terciopelo percibiendo, entre la trémula iluminación de varias velas hábilmente dispuestas, el semblante de porcelana de una geisha ataviada con un kimono fresa de la más fina seda de Chaney. Dos dulces ojos de gacela, sin dejar de sonreír, aguardaban pacientemente la presencia del Conde. 

En el íntimo confort de la penumbra, con el incienso saturando el ambiente y sin intercambiar una sola palabra, le ayudó a desvestirse e introducirse en un baño de cálidas aguas. Comenzó a frotarle la espalda y empezó a cantar suave­mente una antigua melodía sobre la primavera. Los agotados nervios del Conde recuperaron su sosiego con las delicadas y oportunas atenciones de aquella dama altamente refinada, sintiendo su fascinadora calidez y melosidad. Acto seguido, el Conde, con una toalla blanca alrededor de la cintura, salió aún chorreante y se tumbó sobre una aterciopelada alfombra, sintiendo la pericia de su geisha en el ancestral arte del masaje. 

—Hummm, Kimura eres la mejor de mis posesiones. Mi joya favorita. 

—Mi felicidad es serviros y complaceros, mi Señor. Vuestra felicidad es mi felicidad. ¿Tuvisteis un buen día? 

Kimura sabía que con las palabras oportunas amortiguaría el estrés de su Señor. El Conde sonrió. 

—Mi pequeño zafiro de Sislan, de sobra sabes cuán profundamente me molesta tratar con esa bola de grasa de Slava Taideff. 

—Habla mucho y dice muy poco, y cuanto menos habla, más oculta. Sabéis mi Señor que cuando un hombre fracasa en todas sus empresas co­menzando a atisbarse su inutilidad, solo le queda una alternativa para ganarse la vida —dijo Kimura. 

— ¿Cuál? 

—Dedicarse a la política o hacerse presentador de holovisión. 

El Conde soltó una fortísima carcajada. 

—Eres francamente adorable. 

Kimura se levantó y comenzó a preparar el té con impecable elegancia. 

—Eres de inestimable ayuda para mi pobre corazón —dijo sonriente el Conde. 

—No existe mejor manera de ayudar a alguien que enseñarle a ayudarse a sí mismo. 

El Conde soltó otra fuerte carcajada. 

—Encantadora —dijo acariciándole la mejilla. 

Kimura le escanció una taza de té, percatándose de cómo degustaba con la mirada su armoniosa esbeltez. 

—Eres tan bonita y pura como una llama de fuego surgida del sol. 

—Mi Señor es demasiado generoso con una humilde esclava que única­mente anhela servir y complacer a su amo. 

—De sobra sabes que eres para mí mucho más que una cortesana o un de­chado de maravillosos modales. No hostigues mi conciencia con tu humildad. 

—No soy digna de tanta bondad. 

—Eres mi debilidad. Muchas oportunidades has tenido de arrebatarme la vida y no lo has hecho. 

—Existe un refrán Shinday que… 

— ¿Shinday dices? ¿Acaso no son los guardianes del bosque Rebelis, esos antiguos guerreros que castigan a mis hombres en los Sistemas Fronterizos? —preguntó el Conde alzando una ceja con curiosidad. 

—Mi Señor, comprobareis que la sabiduría siempre debe ser bien acogida, a toda mente que se esmere por crecer sin importarle su fuente de origen. 

—Continúa, te lo ruego. 

La mente del Conde se sumergió en una única línea de pensamientos. Cuando uno veía de cerca la muerte, el alma le sacudía con unas ineludibles ansias de vivir, capaces de romper todos los principios y valores que en su día le transmitieron sus progenitores y ancestros. Les golpearemos en sus mentes y en sus corazones, les destrozaremos el alma hasta tal punto que se avergonzarán de sí mismos, de quienes les dieron el ser e incluso de vivir. 

—Es un refrán de tiempos ya remotos. <<Todo lo que te fortalezca, utilízalo. Todo lo que te debilite, deséchalo>>. Si os debilito, desechadme, mi Señor. 

—Muchas de tu clase dentro del Imperio detentan considerable poder e influencia. Tú nunca has aspirado a nada más que a servirme con devoción. ¿Desecharte? Nunca, mi dulce flor. 

—No soy digna de vos, yo… 

—Shsss, desde luego que lo eres —dijo el Conde posando los labios en los de la linda Kimura y deslizando su mano sobre su seno izquierdo, sintiendo cómo su pezón se endurecía al contacto de sus dedos. Su mente se diluyó entre retazos sueltos de varias palabras. Alga de Vitan, Valdyn. Una nueva raza… 




ISBN 13: 978-84-615-4395-3


Ravalione es una novela corta, extraída de una de las líneas argumentales de los dos primeros libros de la Pentalogía de Sillmarem, posteriormente ha sido incluido en el título: Épica Sillmarem, siendo ambos publicados en el año 2012.








































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