domingo, 29 de septiembre de 2019

THENAK. LA CASA DE LA SABIDURÍA (2019)








DESCRIPCIÓN






Un selecto grupo de cadetes, herederos de grandes dignatarios y dirigentes en sus mundos de origen, se ven envueltos en una conspiración de insondables proporciones, la cual les obliga a iniciar una desesperada huida para salvar la vida de su amada academia conocida como Thenak, la casa de la sabiduría… 




El Bosque Alado


«EL HOMBRE SE HA OTORGADO EL DERECHO DE MANIPULAR LA NATURALEZA. UN DERECHO QUE NO TIENE, QUE NO PUEDE TENER, QUE NO POSEERÁ JAMÁS. ÉL SERÁ EL PRIMERO EN SUFRIR LAS CONSE­CUENCIAS, EL PRIMERO EN NO ADMITIRLAS Y EL PRIMER Y ÚLTIMO RESPONSABLE DE SU DESAPARI­CIÓN COMO ESPECIE».

DHALSEM THAGORE.

(SOLO SOMOS HOMBRES)



Apenas si podían comprender lo que ocurría. Corriendo con largas y silenciosas zancadas. Se desplazaron a través de las sombras, estudiando con cautela cualquier anormalidad a su alrededor, bajo el intenso resplandor de un cielo de estrellas parpadeantes que iluminaban las copas de las coníferas. Junto a ellos, solo permanecía el inquietante silencio que se había adueñado del vasto Bosque Alado. Un bosque que durante el día desplegaba una exuberante mezcla de olores que embriagaban los sentidos con su riqueza y variedad. Aquel maravilloso vergel parecía haberse esfumado como un espejismo por el oscuro manto de la noche, permaneciendo silencioso y asustado, presintiendo el peligro. En la mente de Sarah solo brillaba una palabra con luz propia: Huir. 

Nada se movía, nada daba señales de vida. Únicamente las agitadas res­piraciones de sus pechos y sus bocas anhelantes en busca de oxígeno. Siguieron atravesando el corazón del bosque, escuchando y percibiendo, deteniéndose sin aliento para escrutar el terreno y decidir el camino a seguir, utilizando la formación de escapada–silenter, donde cada miembro de más edad del grupo permanecía escudando y protegiendo con su cuerpo a los miembros más jóvenes. Por la mente de Sarah pasaban atropelladamente toda una riada de dudas y miedos. Era plenamente consciente de que debían obrar con rapidez y coordi­nación. Necesitaba un respiro, necesitaba tiempo y tranquilidad para trazar un plan. Estaban tan exhaustos como hambrientos. Necesitaban imperiosamente un lugar, un refugio, para ponerse a salvo temporalmente, solo temporalmente, decidir qué hacer y cómo obrar. Era lo que debían buscar, se repetía Sarah a sí misma una y otra vez, tratando de difuminar su ansiedad. Intentó serenarse y obrar tal como le había sido enseñado. Ahora sus vidas pendían de su preparación y, por qué no reconocerlo, de ella. Por sus venas corría sangre Rebelis, aunque era, al igual que su padre, nativa de Thenae y conocía muy bien el terreno, sus ventajas e inconvenientes.

Desenvolverse certeramente a través de las montañas y sus innumerables pasos sería vital. Solo había un lugar cercano que les brindase seguridad, aunque, por desgracia, debían atravesar antes las montañas Olympia. Mientras corrían no podía evitar sentir una punzada de dolor por Nathan y Valdyn. Su sacrificio sería en vano si no hacía lo imposible por salvar al grupo. Respecto a los mayores no albergaba ninguna duda, pero los demás ya eran otra cosa. No podrían aguantar durante mucho tiempo el ritmo de marcha que les había impuesto. Si querían sobrevivir, tendrían que resistir y algunos de ellos eran demasiado pequeños. 

Se detuvo, hizo una seña a Novak y este a su vez al resto del grupo. Avanzó varios metros entre el follaje, deteniéndose por un momento a sondear la noche. Respirando entrecortadamente gateó unos metros más parándose en seco, dubitativa, observando el terreno. Una fina capa de sudor cubría su rostro, cuello y mangas, haciéndola sentirse sucia e incómoda. Se desabrochó los primeros botones de su casaca y se rascó con insistencia, irritándosele el cuello molestamente. Volvió a estudiar la noche, a recorrerla con su mirada, tratando de dominar su ansiedad y sus inquietudes. Era increíble, todavía no salía de su asombro. La Academia ha caído, ¿cómo es posible? 

Las medidas de seguridad de la Academia son muy fuertes. Y yo lo sé mejor que nadie. Interiormente todavía albergaba la débil esperanza de que tanto Valdyn como Nathan se les uniesen más tarde, aunque no se hacía ilusiones. Asustada, agitó la cabeza. ¿Habrá supervivientes? ¿Qué habrá sido de los alumnos? ¿Habrán sucumbido también? ¿Habrá caído el resto del planeta? ¿Quién lo habrá hecho? Tan silenciosos, tan rápidos y efectivos. Debe ser alguien o muy loco o muy poderoso para atreverse a hacerlo. A partir de aquí las consecuencias son imprevisibles. ¿Y si su objetivo era otro? ¿Y si fuésemos nosotros el objetivo? No lo puedo creer. Lo mejor es concentrarse en superar las dificultades del presente. Necesito tiempo para aclarar las ideas.

Volvió a alzar la cabeza, avanzando unos metros a través de las ramas bajas de los árboles. Nada se movía, nada ocurría excepto el silencio. Volvió a agacharse, insegura, debía tomar una decisión sin más dilación. Los llevaría a la terra–esfera cercana al río Marathon, pero primero tenían que atravesar las montañas. No sería empresa fácil y, para colmo de males, además de la escasez de alimentos y equipo de supervivencia, tenían a los cazadores pisándoles los talones. Si lograban llegar, encontrarían todo lo necesario para sobrevivir durante meses e incluso años ya que nadie aparte de su padre, Anastas Krátides y ella conocían su existencia. Desde allí podrían trazar un plan donde la noche sería su aliado y el día su enemigo, viajando de escondrijo en escondrijo hasta alcanzar su nuevo punto de destino. Su única opción era seguir avanzando y sobrevivir. 

Ella conocía pasos de las montañas que no estaban señalados en ningún holoplano de Thenae. Ser nativo de aquella tierra tenía sus ventajas. Avanzó otro tramo a través del bosque, estudiando detenidamente la zona. Se agachó, ocultándose tras las ramas de una conífera. Tratando de penetrar en la oscuridad. Las dudas la asaltaron de nuevo. ¿Y el Rector? Si todos los alumnos de la Academia han muerto, se producirá un gran conflicto, pensó, angustiada. 

A su espalda, una sombra se le acercó esquivando hábilmente los obstá­culos del terreno y cruzando la espesa arboleda hasta su posición. Sarah se giró bruscamente, llevando instintivamente la mano al puñal, deteniéndola cuando identificó, al claro de luna, los rasgos de Novak, que se acomodó junto a ella. En sus labios se dibujó una despreocupada sonrisa.

<<¿Qué demonios haces aquí?>> —le increpó Sarah usando el código de silencio.

<<Vimos que tardabas demasiado y creí que sería una buena idea>>. 

<<Sígueme>>.

Novak acompañó a Sarah hasta que llegaron a los linderos del bosque, sintiendo el olor fermentado de sus pieles ardientes por el esfuerzo. Las ramas y plantas húmedas por el aguacero de horas anteriores saturaban sus olfatos, impregnándose sus manos y rodillas de tierra y resina. Protegidos por el follaje, avanzaron hacia el estrecho sendero fronterizo que circundaba las afueras de los límites del Bosque Alado. Más allá comenzaban las densas capas de pinares y coníferas que conectaban con las faldas de las montañas Olympia. Lentamente se arrastraron entre las plantas, se levantaron y llegaron al borde del sendero, escudados por las sombras de la arboleda.

Súbitamente se detuvieron al ver una sombra armada con lo que parecía ser un enorme rifle de asalto. Permanecía quieta, dándoles la espalda e inter­cambiando, con voz distorsionada por su máscara, mensajes en spangle con el característico acento gutural del Imperio. Por un instante, cambió de posición perfilándose claramente su enorme cuerpo bajo el reflejo lunar. ¡Es un Zasars! Sarah apenas pudo ahogar una exclamación al mismo tiempo que Novak le ta­paba la boca con la mano. El Zasars alzó la barbilla mirando fijamente al lugar donde se hallaban ocultos. Estuvo a punto de utilizar un detector de ADN pero se contuvo al recibir varias órdenes por los audífonos de su casco, volviendo a darles la espalda. Muy lentamente, retrocedieron sobre sus últimos pasos. Un ligero temblor relampagueó por las manos de Sarah.

¡Es un Zasars! ¡Un cazador de hombres! Sabía que poseían un olfato muy fino. Los Zasars son tenaces y feroces en la lucha cuerpo a cuerpo, incluso son temidos por los Casacas negras. Novak tiró de su manga, apremiándole, exigiéndole que se diera prisa.

<<Tendremos que dar un rodeo>> —casi sentenció hablando con el código de silencio, Novak.

<<De acuerdo, ve a buscar a los demás. Yo vigilaré>>.

Unos minutos más tarde fueron apareciendo los cadetes en silencio.

<<Vamos, deprisa. No hay tiempo que perder>> —apremió Sarah tratando de ocultar su ansiedad.

Cruzaron rápidamente el sendero con sigilosos movimientos, escrutando intensamente los alrededores. De la lejanía comenzaron a llegar los primeros sonidos de batalla y escaramuzas de choque, naves–dardo y el inconfundible zumbido de los disparos, que les agarrotaron las entrañas con sórdidos presen­timientos. Extenuados, atravesaron la ladera de una colina, sintiendo más de cerca varios estallidos, adentrándose y buscando el abrigo de las coníferas, mimetizándose con las sombras. Los azulados ojos de Sarah apenas se levantaban de un suelo repleto de hierbas y piedras, que se le hacía interminable mientras ascendían.

Las omnipresentes y gigantescas lunas de Thenae, resplandecían escoltando con sus reflejos a Sarah y al resto del grupo que avanzaba a un endemoniado ritmo de marcha. Una marea de viento gélido les obligó a abrigarse lo mejor que podían. Por fin salían del Bosque Alado. La Academia a sus espaldas, distante y pequeña, les despidió mientras proseguían su viaje por una llanura verdosa. 

Sarah, que desempeñaba la función de guía, detuvo al grupo para recuperar el aliento. Estudió el terreno escuchando y rastreando la penumbra con todos sus sentidos en alerta máxima. Abrió su macuto y le entregó varias ampollas energéticas a Novak.

—Distribúyelas entre el grupo. A los pequeños dales solo media dosis —ordenó Sarah observando cómo el resto de cadetes obedecía despiertamente sus instrucciones, dejándose caer sobre la hierba escudados por las coníferas. 

Sarah se apoyó brevemente en una, estudiando un holoplano, buscando la ruta más asequible. Se agitó nerviosa, su mente parecía aclararse mientras ascendían. ¿Por qué una civilización somete a otra? ¿Por los recursos? ¿La energía? ¿La tecnología? No, simple y llanamente porque pueden. La energía cuando no construye, transforma, y cuando el hombre no transforma, destruye, pensó angustiada, Sarah. Si el Imperio está metido en esto, las consecuencias serán horribles. Comenzó a vislumbrar las intenciones del Imperator, pero había demasiadas lagunas.

¿Por qué? ¿Por qué actúa así ahora? Tiene que ser por algo más pero, ¿qué? ¿Qué puede obligar al Imperator a actuar así? ¿Y si no pretenden eliminarnos, sino solo secuestrarlos? Información, necesito más información.

Su oportunidad y la del grupo era la terra–esfera. Una base, un refugio usado en tiempos lejanos cuando Thenae era tan solo un planeta independiente y luchaba por su supervivencia con los mundos de Septem antes de unirse a la Interfederación. Allí hallarían todo lo que necesario. Alimentos, medicinas, armas, protección, aunque no estaba segura de si seguía siendo operativa ya que era tan solo una niña cuando su padre le enseñó aquella maravilla. Una joya de casi tres mil años de antigüedad.

Reanudaron la marcha, acercándose poco a poco a una hilera de gigantescos pinos. Sarah examinó el corte y situación de los primeros indicios de la cadena de coníferas. Un poco más a su izquierda, las laderas de las montañas que por el día estaban cubiertas de bellos pastizales, bajaban por las pendientes del valle en escalonadas terrazas, repletas de raras plantas. Por la mente de Sarah danzaron las palabras de su tutor Anastas Krátides: 

<<Fluye con tu entorno, ámalo, mimetízate con él, usa tus sentidos como puente de unión, acarícialo con respeto, escucha y observa su lenguaje. Únete a él, sé piedra, sé árbol, sé pájaro, sé noche, siente su fuerza, siente su poder y utilízalo>>.

Por un instante se detuvieron indecisos entre árboles tiznados con el carbón de las sombras proyectadas por los destellos lunares. Reinaba un estremecedor y áspero silencio interrumpido, únicamente, por el delicado crujir de las ramas y por un cada vez más cercano crujido metálico. Sarah agudizó su oído. Si su sentido de la orientación no la engañaba…

— ¡Quietos!

El viento les traía un sonido familiar. Tomó su visor nocturno comprobando, con inquietud, cómo se les acercaba rápidamente un vehículo aéreo sin ninguna insignia de identificación.

—Todos al suelo, pronto. ¡Usad los ponchos! ¡Rápido, maldita sea! 

Oculta entre el follaje, Sarah volvió a enfocar sus lentes de visión nocturna sobre la negra figura y vio cómo, de su panza, brotaba una humareda. No, era una especie de… ¡Gas!

— ¡Están usando gas morfeo! Utilizad las mascarillas. ¡Y per­maneced quietos, por todos los dioses! —ordenó Sarah.

El rastreador pasó sobre sus cabezas con el agudo silbido del gas cayendo y se perdió en la lejanía. Con el rostro pegado sobre la tierra, sintiendo su humedad y olor, incons­cientemente varios recuerdos acudieron a su memoria. 

En los planetas interiores del Imperio, los más protegidos, era habitual el uso de Drolavos. Esta espeluznante práctica consistía en la utilización de esclavos, sometidos bajo la necesidad diaria de una determinada droga, para todo tipo de vejaciones y maltratos. A medida que transcurría el tiempo, los efectos secun­darios de la droga anulaban la consciencia y personalidad del sujeto, abortando de antemano cualquier posible intento de fuga. Ello proporcionaba una barata, productiva y obediente mano de obra a las minas del Imperator, doblegando y condenando a un tormento interminable a sus víctimas. ¿De qué les sirve con­quistar el universo, si con ello pierden el alma? El simple hecho de pensar que parte del cosmos podía caer bajo las garras del Imperator estremeció el ánimo de Sarah, asustándola profundamente. Y mi padre, ¿qué será de él? Ooh Valdyn, lo que daría por tenerte aquí, junto a mí. Te echo tanto de menos. 

—Ha pasado cerca —murmuró Troya con la voz ahogada por su mas­carilla anti–gas.

—Ya se ha ido —dijo Thoth

—Calmaos, calmaos —dijo Novak.

—Aguardad un poco más.

—Mantened la calma.

Hay personas con quienes el diablo nunca se aburre, pensó Sarah man­teniendo fijamente la mirada sobre la parte trasera del vehículo que se perdía en un frío firmamento envuelto y arropado por la noche.

—Tengo miedo —susurró la pequeña Sophy con voz infantil—. ¿Cuándo volveremos a casa?

Ethne, protegiéndola con su cuerpo, le tomó la mano y, acariciándola tier­namente, trató de disipar sus temores, tranquilizándola con suaves palabras.

—No tengas miedo. Ya pasó todo. Pronto llegaremos a casa, ahora descansa.

Sophy se metió entre los cálidos brazos de Ethne. 

—Te quiero mucho, Ethne.

—Yo a ti más, cariño. Ahora cierra los ojos —dijo Ethne a la vez que su agotado rostro se iluminaba en la oscuridad con una dulce sonrisa, mientras acariciaba el pelo de Sophy—. Todo saldrá bien, ya lo verás, pajarillo.

Espero que no te equivoques, pensó Sarah con preocupación.

Definitivamente había tomado una decisión. Nada ni nadie le haría mo­dificarla a menos que fuera para mejor. Su mandíbula se tensó convirtiendo sus labios en una cerrada línea. 

—Sigamos, debemos adentrarnos cuanto antes en las montañas.

— ¿Cómo vamos a hacerlo? —preguntó Novak. 

—Tú, Novak, cubrirás junto a Troya los flancos. Thoth, encárgate de los gemelos. Ethne, no te separes de Sophy. Andando —ordenó Sarah—. Vamos a tener que escalar y no tenemos equipo para ello.

A medida que ascendían les costaba más trabajo respirar por el frío. Tenían las narices heladas y Sarah comenzó a cerrarse los cordones de su capa.

—Hace un frío de mil demonios —dijo Novak. 

Abrigados por las sombras y el bosque, avanzaron unos cuantos metros, echando una última ojeada a la Academia de Thenak, haciendo que sus mo­vimientos y sus cuerpos se camuflaran y formaran parte de la noche. Ya solo podían discernir vagamente la mansión renacentista del Rector, rodeada por dos bibliotecas y un riachuelo, oscuro y paralizado como una serpiente retorcida que discurría entre los sauces y abetos. Atravesaron otra zona de espesos pinares, internándose cada vez más en las montañas. Ascen­diendo, siempre ascendiendo. Sarah se giró posando su mirada sobre una alta y oscura roca. Súbitamente una potente explosión atravesó el firmamento. Innumerables estallidos salpicaron el cielo. Los cadetes se inmovilizaron, fascinados por aquel sobrecogedor espectáculo.

—Dioses —susurró asombrado, Troya.

—La Academia… —dijo Thoth.

Novak se acercó a ellos corriendo, jadeando por el esfuerzo.

— ¡La Academia, están atacando la Academia. Todo está saltando en mil pedazos!

—Descargas láser —murmuró Thoth.

—Un incendio se está extendiendo por el cinturón exterior de la Academia. Mirad —dijo Troya.

Prosiguieron ascendiendo. El estruendo de constantes explosiones y zum­bidos martillearon sus tímpanos. Bajo las luces lunares pudieron ver un lejano movimiento sobre la Academia. 

—Son deslizadores de asalto —murmuró Thoth.

—Se está armando una buena allá abajo.

—Desde luego, quienes sean no se andan con chiquitas 
—murmuró Troya.

Un soplo frío procedente de las cumbres azotó sus mejillas. Toda la Academia era salpicada con intermitentes explosiones de fuego y luz. Finalmente, abatidos, le dieron la espalda y comenzaron a adentrarse por un estrecho sendero que los hundía, definitivamente, en las profundidades de las montañas. Sus ojos se humedecieron con una profunda tristeza. Habían dejado tras de sí el lugar que había sido su casa, su hogar durante prácticamente toda su vida. Tantos amigos, tantos camaradas. Todo se había perdido.

—Tomaremos un atajo —hizo notar Sarah.

—Pero… —dijo Troya.

—Debemos salir de aquí cuanto antes.

Hábilmente, Sarah les fue conduciendo con una exhibición de saber hacer y conocimiento de las montañas. Parecía conocer detalladamente los tramos más peligrosos y las rutas más asequibles. Dieron varios pasos a lo largo de un riachuelo, oyendo en aquel instante un agudo silbido. Podían ver las negras sombras de los cazas enemigos cual cuervos de mal agüero.

—Quietos todos —dijo Novak.

Sarah aferró con fuerza la muñeca de Troya.

—No te muevas —le advirtió—. Ponte a cubierto.

Novak a su vez tomó por el brazo a Sarah.

—Cuerpo a tierra, echaos encima los ponchos de camuflaje.

— ¡Y quietos, por todos los demonios! —dijo Sarah.

—Permaneced en silencio.

Desde luego, no pierden el tiempo, pensó Novak, angustiado.

—Están por todas partes.

—Si no os calláis, acabaremos criando malvas —dijo Troya.

— ¿Criando malvas? Criando gusanos diría yo —dijo Thoth.

—Eso también.

—Será idiota —dijo Thoth.

—Menudo momento escogéis para discutir —interrumpió Ethne.

— ¡Thoth! ¡Troya! Cerrad el pico de una puñetera vez. ¿Os habéis vuelto locos o qué?

—Es este inútil que no se calla —dijo Thoth.

— ¿Inútil yo? Cuando salgamos de esta te voy a… —dijo Troya.

—Al siguiente que abra la bocaza lo haré picadillo —susurró fuera de sí, Sarah. La amenaza surtió efecto despertando un tenso silencio en el grupo. 

—Pero… —dijo Troya.

—Shsss —añadió Ethne.

—Silencio he dicho.

Estamos demasiados nerviosos, pensó Sarah. Una cosa era la teoría de los manuales y otra la práctica. Nuestra inexperiencia nos puede costar cara.

Un escuadrón de cazas pasó sobre sus cabezas casi al ras del suelo. Los láseres entrecruzándose en el Bosque Alado, dibujando caprichosamente en el cielo abstractas formas geométricas.

—Moveos. El fuego no tardará mucho en llegar hasta aquí —dijo Novak.

Sarah percibió el sonido del viento silbando entre las copas de los árboles. Olor a madera quemada. Ojalá todo esto no estuviese sucediendo, pensó. Ojalá solo fuera una pesadilla...




Thenak es una historia corta extraída de una de las líneas argumentales de la pentalogía de Sillmarem, ha sido publicada en el año 2011.


ISBN: 978-84-615-5227-6





























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