lunes, 21 de agosto de 2023

TRISTE HERENCIA (Extracto del título: "El viaje de Leynder").

 


Extracto perteneciente al título: "El viaje de Leynder".


Triste herencia.


      

           La Tierra en un futuro ya no tan lejano…

 

La Tierra se había convertido en un planeta superpoblado, sobreexplotado y muy contaminado, ésta era la triste herencia dejada por nuestros antepasados. Las primeras luces de la mañana todavía no se habían atrevido a asomar en la lejanía, sólo tímidamente unas frágiles franjas rosadas se dibujaban entre densos nubarrones que presagiaban una inminente tormenta de las fuertes, se tornaban violáceas antes de verse absorbidas por una creciente avalancha nubosa, extinguiendo toda esperanza de luz y alegría para el nuevo día.

 No mucho más abajo, como si su sombra metálica le precediera, adquiría forma una casi interminable jungla de agudas torres artificiales punteadas de diminutas lucecillas en sus picos, irguiéndose cual estacas de gigantes, parecían brotar de la madre tierra hasta permanecer congeladas apuntando al frío cielo con aire desafiante.

Como toda señal de vida, parpadeantes luces de un sinfín de colores y formas la recorrían de parte a parte y de arriba a abajo cual luminosa savia electrónica, una enmarañada colmena alfombrada en la que vivían millones de apretujados seres con un único propósito: sobrevivir. Sobrevivir a un presente sin presente, a un pasado ya extinto bajo las polvorientas y humeantes ruinas de la tercera y definitiva gran guerra, y un futuro cuyo destino ignoraba la pensativa figura que desde la ventana de su apartamento observaba en silencio semejante panorama.

Más tarde sus guantes apretaban con fuerza los mandos de su aerotransporte pese al claro agotamiento que evidenciaban su barba de tres días, sus labios resecos y las marcadas ojeras que surcaban cercando unos profundos ojos azulados, no obstante conducía con gran seguridad. Con un poco más de detenimiento uno podía fijarse en la escogida calidad de su indumentaria de diseño, los guantes de cuero auténtico, un prohibitivo lujo para muchos, pañuelo de seda en el cuello, camisa de algodón auténtico y una larga levita de cuero negro cuyos bolsillos interiores guardaban un caducado carnet de diplomático, una petaca de licor de Bestad, un reloj de cadena y un dígito libro con numerosos volúmenes de historia antigua en sus bases de datos recuerdo de sus días como profesor de arqueología en la Universidad de Nueva Oxford.    

Quién le iba a decir a él, un autentico erudito del mundo antiguo, que iba a acabar ganándose la vida como detective privado de fronteras.

Con ello no obtenía gloría, ni poder, ni riqueza o sabiduría, tan sólo pagar las facturas y poco más.

El rostro de una hermosa mujer brotó en la pantalla de su holoconsola frente a él, sus labios gesticulaban pero ninguna voz surgió del panel, una enguantada mano se apartó de los mandos y con delicadeza dio unos golpecitos a las diminutas salidas del cuadro exterior de sonido.   

—Maldit...a sea, Toniak, ¿vas a decirme algo o te vas a quedar ahí mirándome como un pasmarote? …estúpi…a veces pienso que…reírte de…

La voz se perdió de nuevo. Su mano repitió otra vez la operación pero con más rudeza, la imagen de la mujer fluctuó volviéndose más nítida y la voz más alta y clara. Tanta tecnología y los problemas terminan siempre resolviéndose a golpes, pensó el conductor al tiempo que descendía con un suave arco para unirse a una intermitente corriente de transportes aéreos. La voz de la hermosa y temperamental mujer reclamó de nuevo su atención con más insistencia, posesiva insistencia.

— ¡Toniak! ¡Toniak! ¡¿Es que no vas a responderme?!

—Perdona Natasha, mi intercomunicador no funciona muy bien, he tenido…

—Toniak, ¿no recuerdas qué día es hoy?

Aquel familiar tono de inapelable exigencia alertó a Toniak.

—Veamos, amor, hummm —mientras se pedía a sí mismo pensar rápidamente—. Lo siento, cariño, no caigo, dímelo tú.

—Todos los hombres sois iguales, ¡es el día de nuestro aniversario! Hace diez años que nos conocimos en las rocosas y tú…

—Lo siento, cariño, de veras que lo siento.

Los hombros de Toniak se agitaron nerviosos ante la centelleante mirada muda que le lanzó aquel hermoso rostro de mujer experimentada en tales lances, apasionada y muy, muy enfadada, segura de su victoria final.

—Me prometiste que cenaríamos en casa de mis padres —le acusó el bello rostro aguardando una respuesta.

—Lo sé, cariño —admitió maquinalmente el hombre mientras su agotada y contrariada mente buscaba la respuesta para salir del apuro.

Viendo el mal trago reflejado en sus facciones, aquella dura mirada verde se suavizó esbozando una condescendiente sonrisa en los labios.

—Está bien, que sería de ti sin mí, te olvidarías hasta de tus calzoncillos. Afortunadamente para los dos ya me he ocupado de todo, te espero en tu apartamento dentro de tres horas, esta noche podríamos repetir lo de las rocosas, tengo un conjunto nuevo. Se puntual por favor. ¿Toniak? 

—Sí, cariño, cuenta con ello —confirmó el hombre apagando el holo-comunicador  y desapareciendo el rostro tan querido y en ocasiones tan exigente de su posesión para alivio del conductor.

Con una hábil maniobra se salió de la fugaz corriente de vehículos para más lentamente adentrarse en los complejos abismos de aquella colosal obra artificial creada por la mano del hombre, sembrada de complejas y sofisticadas formas y diseños.

 Paseó la mano instintivamente por el panel de mandos sin poder evitar una nueva riada de preguntas que en los últimos tiempos con incómoda insistencia le golpeaban la cabeza, ¿de dónde podría sacar cualquier ser humano fuerzas para poder desear seguir viviendo un día, una hora, un minuto o tan sólo un segundo en aquel abigarrado, oxidado, sucio y desamparado cuadro de metales luminosos entrelazados en caótico orden? Soñaba con tener algún día un pequeño jardín como el de su abuelo y salir a pescar al lago como hacían antes. Hacía de ello ya tanto tiempo.

La granja de Vaneske era de las mejores de su tierra, su abuelo descendiente de ucranianos había sido un hombre sabio que le había enseñado a pensar por sí mismo, a ser independiente y autosuficiente, a no dejarse engañar, ni utilizar. <<No existe nada peor para un ser humano que corromperse>>, le había comentado en más de una ocasión. Madurar, valorar lo mejor de la vida de una manera sana, sacar lo positivo de las cosas y disfrutarlo, la belleza de aprender. Un gran tipo su abuelo.     Pero, ¿qué se podía aprender de aquella civilización sometida por las grandes corporaciones industriales y los sindicatos asociados tecnológicos?

No hacían ni tres días que había requisado como policía de fronteras un carguero repleto de esclavos para las colonias externas.

 Paradójicamente las leyes planetarias no permitían la entrada a humanos de las colonias externas, ni siquiera en cuarentena porque presentaban cuadros celulares extraños, desconocidas mutaciones provocadas por otros climas, radiaciones, tipos de sol, gravedad, alimentación o, lo que personalmente  sospechaba en silencio, desconocidos experimentos de laboratorio.

Muchos gerifaltes locales temían que superaran las pruebas de cuarentena expandiendo mortales y desconocidas plagas o enfermedades, incluyendo lo que denominaban “contaminación genética”, la mezcla de genes de procedencia desconocida sin catalogar en la población local del planeta.

Oficialmente se denominaba por parte del servicio de inmigración como “normas de seguridad interna”. Discriminación y selección genética artificial, denominaba Toniak, aunque se guardaba mucho de contarle a nadie lo que realmente pensaba.

Su aparato inclinó el morro descendiendo con suavidad. De nuevo bajo él, una interminable sucesión  de febril actividad se percibía en las inacabables corrientes de vehículos. Toniak agitó la cabeza y se pasó la manga por la frente, estaba extenuado, no podía seguir ese ritmo de vida, demasiado trabajo y demasiado mal pagado. La luz del canal de comunicación de seguridad se encendió, sus dedos accionaron sendos botones.

En la lejanía una riada de relámpagos brotó de un cielo cada vez más ennegrecido, una espesa bruma se abalanzaba sobre la ciudad. Toniak conectó los cristales blindados de protección, algunos rayos picaron los pararrayos de cercanos edificios puntiagudos, mientras se aproximaba, gigantescos opto-logos y carteles luminosos publicitarios adquirían tamaño y volumen a ambos lados. Natasha tenía razón, era hora de jubilarse o cambiar de oficio, volver a las clases quizás. Un barbudo rostro se asomó en la pantalla central de su holoconsola.

— ¿Toniak?

— ¿A qué se debe tal honor, comisario?

La mente de Toniak se puso alerta al instante.

—Me enteré de tu apresamiento, buen trabajo, muchacho.

—Solo cumplí con mi obligación. Voy a dejar mi trabajo, estoy cansado, es el último. Ya está —lo había dicho, sentía como si se hubiese quitado de encima un yunque de temores y preocupaciones.

—Te lo he oído varias veces, chico, y si es por un ascenso y mejora de paga podrías reconsiderarlo —argumentó la voz.

—Esta vez va en serio. Natasha…

—Bien, siento oírte decir eso, siempre has sido un lobo solitario, aunque jamás pensé… Te costará hacerte a la idea —observó a modo de tanteo su interlocutor.

—Sí, comisario.

El tono de Toniak fue firme y convincente. Incluso para él mismo.

—Bien, de todos modos.

— ¿Comisario?

—Es un poco duro para mí decirte esto, pero prefiero ser yo el que te lo diga antes que ninguno de los patanes de mi departamento.

— ¿Comisario?

En ese instante Toniak se temió lo peor, ¿Natasha? No podía ser, acababa de hablar con ella.

—Siento comunicarte que Tristán Tetriak ha sido hallado cadáver en el salón de su apartamento hace una hora, con indicios de haber sido asesinado.

— ¿Qué diablos?

El cuerpo de Toniak se envaró presa de la más viva sorpresa.

— ¿Tetriak? No puede ser, es imposible.

Aunque en el fondo sabía que se estaba engañando a sí mismo, que necesitaba engañarse.

—Yo mismo he cotejado y verificado la información, es cierto —explico el Comisario.

—Pero, ¿cómo?

—Te sugiero que te presentes en mi despacho para más detalles.

—Voy hacia su apartamento ahora mismo.

—No es una buena idea, Toniak.

—Debo hacerlo. ¡Joder, es mi mejor amigo!

La voz suspiró a través del intercomunicador.

—Está bien, como quieras, avisaré a mis hombres de tu llegada.

—Gracias por todo, Comisario.

El rostro tridimensional desapareció con un leve destello. Toniak sintió como un calambre agarrotaba su estomago, sintió nauseas, su mejor amigo acababa de ser asesinado. Pero, ¿por qué? Y, ¿por quién? Le faltaban el cuándo y el cómo.













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