viernes, 3 de febrero de 2023

UNA FUGAZ SILUETA


 

Extracto perteneciente al título: "El viaje de Leynder".


Una fugaz silueta.

 

          —Morirá antes de decirnos nada, es obstinado —se lamentó un mercenario empujándole con la culata de su arma.

Junto a su hombro, otro compañero escupía a su lado un oscuro trozo de tabaco mascado, mostrando una maliciosa sonrisa.

—Estás acabando con mi paciencia, ¡maldito cabrón! —siseó el oficial con rabia.

Ditan se mantuvo inmóvil y silencioso.

—Registradlo, quitadle lo que tenga de valor y descuartizadlo para los bancos de órganos de la corporación, puede que saquemos algo de dinero —ordenó con frialdad el oficial.

Un mercenario se acercó tirando con fuerza de su cabellera hacia atrás.

—Tranquilo, no te dolerá, te lo prometo —aseguró sonriente desenfundando su cuchillo de campaña, con una facilidad adquirida en sus muchos años de práctica. Era un asesino experto.

No hubo acercado su oscura hoja cuando se llevó ambas manos al cuello sintiendo que le faltaba el aire, algo metálico le había traspasado la garganta y un chorro de sangre salpicó sus enguantadas manos, desplomándose cuan largo era sobre Ditan, que ya casi se había dado por muerto. No obstante, por el rabillo del ojo pudo percibir la fugaz silueta de un atacante abatiéndose salvajemente sobre dos de los mercenarios de Ciberdrem. Una lluvia de discos-láser silbaron a su lado incrustándose en sus armaduras. La acción se desarrolló con inusitada rapidez para Ditan, entre una nube de polvo recién levantada.

De nuevo más estrellas voladoras de Nitenio se clavaron en los cuellos de los Ciberfelinoides. Las manos de un mercenario fulminado cayeron al suelo entre horribles gemidos, cortados en seco al ser degollado por el mismo atacante. A unos pasos de Ditan, y acto seguido, una difuminada figura atravesó el omoplato de otro mercenario con una incrusto-bayoneta láser en su mano derecha, con otro hábil movimiento enterró hasta la guarda de su arma en el pecho del oficial con su mano izquierda, para a continuación girar  y decapitar a un tercer mercenario, moviéndose con frenética rapidez. Aquella fugaz silueta parecía la misma personificación de la muerte a pleno rendimiento, su ataque había resultado devastador, vigilando sus espaldas y mirando a su alrededor, siempre alerta.

Ditan intentó ayudar pero estaba bloqueado de pies y manos, se sentía desprotegido como un recién nacido, lo cual no hizo sino aumentar su rabia.        

Alguien cortó sus ligaduras ayudándole a levantarse del suelo. Respiraba fatigado, a su alrededor sólo había cuerpos inertes y una pequeña nubecilla de humo.

Únicamente conocía a alguien que fuese capaz de moverse de esa manera, con tal equilibrio de potencia, precisión y vertiginosa rapidez, esa no podía ser otra que  la  sargenta Leynder Kav.

—Capitán Tanau, me cuesta creer que un soldado de su amplio historial de combate haya podido caer en una trampa tan infantil —ironizó la sargenta al tiempo que le tendía la mano para ayudarle a incorporarse.

Antes había bajado su fusil de asalto y desconectado su alargada bayoneta ígnea, la cual se enfrió automáticamente y se envainó en su funda, al tiempo que con otra mano enfundaba su machete de campaña.

—Créeme, a mí también me cuesta creerlo —dijo atrayéndola hacía sí para darle un largo, lento y apasionado beso en los labios.

Estaba muy excitado por haber estado a punto de morir, se encontraba con el único ser que le importaba más que su propia vida.

—Bien, veo que te alegras de verme, capitán. ¿Y ahora cómo demonios vamos a salir de aquí? —preguntó Leynder Kav.

—Mi intercom de pulsera está estropeado, por eso no pude ponerme en contacto contigo.

—Lo suponía.

— ¿Y los colonos? —preguntó Ditan.

—Han partido, aunque no todos.

—Mejor eso que nada —gruñó Ditan.

—Perra suerte la nuestra —maldijo Leynder Kav.

—Utiliza el código de contacto Alpha-4RRT555789, vendrán a recogernos a este cuadrante en menos de veinte minutos —ofreció Ditan mientras se sacudía el polvo de la ropa. En efecto, veinte minutos más tarde fueron localizados y recogidos por el resto de lo que quedaba de su grupo de defensa. Una ligera vibración arañaba sus tímpanos desde la parte trasera del aeroblindado. Con una furtiva mirada, Ditan pudo comprobar que uno de sus hombres, cuyo nombre ignoraba, con el cuerpo apretujado y los dedos temblorosos, se esforzaba entre los constantes giros y bamboleos del vehículo por sacarse un trozo de metralla enterrada en uno de sus brazos, soltando una imprecación apenas retenida entre dientes. Un escuadrón de capsucazas de Ciberdrem se les vino encima, usando a máxima potencia su artillería delantera.

—Esos bastardos no nos darán tregua —susurró Ditan.

—No quieren testigos de su carnicería a los colonos, vivos somos una significativa amenaza para sus intereses —expuso con fría lógica Leynder.

Ditan apretó los dientes, para su desesperación innumerables aluviones de descargas se les vinieron encima nuevamente, el cielo se cubrió de granates disparos y largas lanzas de fuego verde trazándolo con luminosos rayones, numerosas explosiones parchearon el aire a su alrededor.

—Debemos quitárnoslos de encima si queremos salir del planeta —gruñó Ditan. Leynder tomó los mandos del aeroblindado. Tanto a su diestra como a su opuesta, fugaces imágenes fantasmagóricas se deslizaban sin parar, mientras  trozos de ramas, rocas, tierra y árboles saltaban en llamas nublándoles la visión. Su vehículo, aunque no era pequeño, sí era más ágil, permitiéndoles escurrirse de los disparos sumergiéndose a impresionante velocidad entre la espesura, asomando de vez en vez por algunos claros en tanto una riada de explosiones y ráfagas de descargas láser lo segaba todo a su alrededor desde lo alto.

 Recibió varios impactos laterales que a punto estuvieron de hacerlo volcar, dañando seriamente uno de sus suspensores gravitatorios. Sus hombres trataban de disparar desde sus ventanillas pero, con escasa fortuna, apenas si podían mantener el equilibrio entre tantos bandazos y requiebros.

Los indicadores de su panel de mandos parpadeaban frenéticamente, sus motores estaban al límite de su capacidad, sus artilleros de cola disparaban al máximo de sus posibilidades, los capsucazas ganaban terreno peligrosamente. Leynder bien sorteaba las copas incineradas de los árboles, bien se sumergía de nuevo en sus mismas profundidades con bruscos giros y cambios de dirección, su cabina se estremecía con nuevos impactos, sus hombres no cesaban de gritar y maldecir.

—No podremos aguantar mucho —le advirtió Leynder.

Ditan decidió jugarse el todo por el todo, casi arrancó de su asiento a uno de los artilleros de cola y ocupó su lugar, activó el visor de seguimiento de su retina nanotecnológica y enfocó en su punto de mira a uno de los capsucazas, luego soltó un par de descargas derribándolo en el acto.

Fijó de nuevo su mira de seguimiento pese a los constantes giros y movimientos evasivos del aeroblindado, apretó sus disparadores alcanzando uno de los alerones del segundo capsucaza, el cual perdió el control y golpeó a otro de sus acompañantes; el tercer acompañante también fue golpeado, apenas pudo maniobrar, sin poder escapar a su vez de las fauces lumínicas del aeroblindado, seguidamente se fragmentó desperdigándose por todas partes trozos de su blindaje, en un brillante y cegador estallido.

Sus ansias por cobrarse su pieza de caza les habían hecho dejar a un lado toda cautela volando más juntos de lo que aconsejaba la prudencia, llevándoles a su perdición para regocijo de Ditan Tanau y sus hombres.

Leynder se permitió tomar más altura y, tras estudiar sus pantallas de detección y seguimiento, comprobó una posible ruta de salida de aquel sector. Segundos después aumentó de velocidad elevándose otro tanto, saliendo de un banco de nubes y pudiendo apreciar a través de la fría transparencia de sus escotillas el relumbrante y solitario brillo de las estrellas; alcanzaron la estratosfera percibiendo la curvatura del planeta.

Una fragata de pequeño tamaño les aguardaba para dar un salto hiperlumínico y dejar atrás el planeta Inkivis y a las tropas de élite de la corporación de Ciberdrem. Lo habían perdido todo, la misión, su dinero y la vida de la mayoría de sus hombres.

























































































































No hay comentarios: