Extracto perteneciente al título: La profecía de Kurotani.
Osuka
“Los blancos crisantemos en la playa
Movidos por el viento otoñal
Ya no se diferencian
De la blanca espuma del mar”
(Sugawara no Michizane)
Por toda respuesta, Sanjo lo invitó a seguirlo hasta un amplio y redondo patio interior, donde se alzaban tres gigantescos árboles de un tipo muy especial. Su corteza era blanca y sus hojas de un rojo muy intenso. Sus huéspedes fueron servidos con cortesía, mientras por su lado, Sanjo se llevó a un lado a Sato, usando un lenguaje más íntimo.
—Matshumiro me ha explicado quiénes son tus acompañantes. Nos ponen a todos en grave peligro, bien lo sabes. ¿Qué pretende el Sensei de estas gentes?
—interrogó lanzando una furtiva mirada a sus huéspedes.
—Les ha dado cobijo y protección como mandan nuestras costumbres y hospitalidad, para con nuestros viejos aliados —argumentó Sato con calma.
—Pero hay otro motivo, ¿me equivoco? —insistió Sanjo por lo bajo, tomándole con suavidad por el brazo.
—Matshumiro piensa que Tsuko, es el portador del círculo lunar, el elegido para manifestar la profecía de Kurotani, derrocar al Shogun Kamamura y así proteger a nuestros pueblos.
—Matshumiro está loco, ese muchacho no durará mucho tiempo sin vuestra protección, es de sentido común —aseguró Sanjo mientras negaba con la cabeza y renegaba después por lo bajo.
—Puede que haya alguna posibilidad. Ya conoces a Matshumiro, nada hace si no hay un motivo de peso por medio —aclaró Sato observando con atención el rostro de Sanjo.
—Si no lo conociera… su acompañante debe ser Shigeru, su tío y caudillo del clan Hiray.
—Así es.
Sanjo se mantuvo en silencio durante unos segundos, después asintió, en silencio, profundamente concentrado.
De nuevo se aproximó a Shigeru y, con exquisita cortesía, no dudó en responder a sus preguntas y a las de Tsuko, para después invitarles a comer es sus aposentos privados.
Tiempo más tarde, tras disfrutar de un espléndido banquete enriquecido con una amplia variedad de las más exquisitas viandas que les podía proporcionar el comercio y el mar, Sanjo les obsequió con un suculento Té. Shigeru, como mandaban las buenas costumbres, dio las gracias a su anfitrión por su generosidad y hospitalidad. Sanjo las aceptó de buena gana, aunque le habló con franqueza, tras limpiarse la comisura de los labios con el borde de una servilleta de encajes y seda con exagerada elegancia.
—Sois bienvenidos, pero creedme si os digo que de no ser Matshumiro quien ha solicitado mis favores, me lo hubiese pensado dos veces antes de daros audiencia y cobijo en mi isla —aclaró Sanjo mientras se servía otra taza de sake.
—Lo entiendo, nuestra presencia os pone en peligro —asintió Shigeru con amargura, aunque sabía que tenía razón—. Creedme si os digo que no pretendemos ser molestia para nadie.
—El Shogun Kamamura ha desarrollado un eficaz servicio de espionaje. Su esbirro, Sugimura, jefe de sus Shinobis, es su mano ejecutora. Posee ojos y oídos en cada ciudad, cada esquina, cada puerto, plaza o camino.
Gente de la más diversa calaña a sueldo. Asesinos, mercenarios, caza hombres, torturadores, ejecutores o ladrones.
Toda una maquinaria con un único fin: hacerse con el poder del trono Imperial. Incluso aquí puede tener infiltrado a alguno de sus agentes. Somos comerciantes, no guerreros.
—Pero sabéis defenderos.
—Solo si es necesario, nada más —dijo mirando significativamente a dama Osuka y su acompañante, las cuales solo rompían su silencio a petición de Sanjo—. Las guerreras de Osuka trabajan codo con codo conmigo. Son las encargadas de defender los barcos mercantes del asalto de piratas, mercenarios, contrabandistas y, por supuesto, de los barcos de guerra del Shogun.
—Comprendo, ¿pero de dónde sois, cuál es vuestro pabellón de origen? —preguntó Shigeru dirigiéndose a dama Osuka. Esta se limitó a mirarle con desaprobadora fijeza. Sanjo sonrió.
—Su isla de origen, Osuka, está en los mares del suroeste, en el conocido archipiélago de los Oceánicos. Solo vuelven a casa cuando tienen las bodegas repletas de oro y el pago por sus servicios en metálico, que no es nada despreciable, dicho sea de paso —gruñó con aire divertido.
— ¿Y si mueren?
—El resto devuelve las pertenencias de sus hermanas caídas a sus familiares y seres queridos. Dinero y ayuda para que no queden abandonados a su suerte.
—Sorprendente, es increíble que semejante organización de mujeres sea posible —señaló Shigeru sin perder ojo a los extraños ropajes con botones de plata que portaban las guerreras y la hilera de puñales que cruzaba sus pecheras.
— ¿Algún problema? —preguntó la lugarteniente de dama Osuka.
—En absoluto —se disculpó con rapidez, Shigeru. Lo que menos le interesaba en aquellos instantes era provocar ningún tipo de altercado con esas mujeres—. Os ruego me disculpéis si os he ofendido. Nada más lejos de mi intención.
Sanjo sonrió mirando de soslayo cómo la mujer asentía en silencio, pero con una mirada hostil brillando en sus preciosos ojos.
—Kitano Kamamura posee ojos en todas partes. Sus Shinobi se han infiltrado y enrolado en más de una tripulación. En numerosas ocasiones han atentado contra mi vida, fracasando en sus empresas para bienestar de mi cuello —explicó sonriente, Sanjo pasándose el dedo significativamente por el cuello de su camisa blanca—.
Mis gentes, como ya sabréis, son expertos marinos. Viven del comercio y la pesca con otros pueblos libres. Hacen llegar sus mercancías a todos los rincones del país del sol rojo y sus fronteras colindantes.
Sus comunicaciones llegan hasta las islas de los Oceánicos del suroeste. Si alguien quisiera hacerse con el monopolio de estas aguas, debería hacerse dueño de este emporio estratégico. De aquí parten cada año expediciones que abren nuevas rutas a lejanas tierras, apenas conocidas ni exploradas, muy lejos de las garras del Shogun.
—Fascinante —susurró Shigeru mientras se acariciaba pensativo la barbilla.
—Los guerreros del Shogun están invadiendo otras culturas milenarias con formas de vida muy distintas a la suya, sin respetar la diferencia por el simple hecho de ser únicas y no compartir su visión de las cosas.
—Los poderosos siempre abusan de los débiles
—observó Shigeru.
—Así es —dijo Sanjo lanzándole una valorativa mirada—. La agresividad del Shogun y su corrupción aristocrática han comenzado a devorar las tierras y pueblos colindantes a sus fronteras, llenando las arcas con su oro. Ahora hay una nueva clase en auge: los funcionarios. Respaldados por la imparable avaricia del Shogun y sus aristócratas.
En su expansión, anexionan imponiendo insufribles impuestos a sus habitantes. Sus nuevos súbditos están comenzando a pasar hambre, enfermedad y miseria.
—Debe ser detenido —interrumpió Shigeru.
Sanjo fue a abrir la boca, en tanto su mano posaba la taza de sake en el platillo, cuando una sarta de cercanos cañonazos le hizo temblar, desparramando el contenido sobre la mesa.
— ¿Qué demonios…?
Como un resorte, las guerreras saltaron y se asomaron al enorme ventanal de la estancia.
—Mi señor, nos atacan —se limitó a decir dama Osuka.
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